Grande Roca, Armando

Muros › Muros de Nalón › Asturias

Acceso directo

Cómo llegar

Palabras clave

Grande Roca, Armando | Reseñas históricas | Ciencia y tecnología | Ingenieros | Muros | Muros de Nalón | Comarca del Bajo Nalón | Occidente de Asturias | Costa de Asturias | Asturias | Principado de Asturias | España | Europa.

Descripción

Armando Grande Roca nació en Nueva York (USA) el 12 de octubre de 1919. Hijo de Manuel Grande Pérez, nacido en Muros de Nalón (Asturias) en 1890, y de Georgina Roca Alonso, nacida en Camagüey (Cuba) en 1895.

Finalizados sus estudios en la madrileña Escuela Especial de Ayudantes de Obras Públicas (hoy Ingenieros Técnicos de Obras Públicas), comenzó a ejercer su profesión en la Jefatura de Obras Públicas en Oviedo el 7 de febrero de 1947. Luego estuvo en la Sección de Vías y Obras de la Diputación Provincial entre el 1 de diciembre de 1953 y el 1 de marzo de 1979, fecha en la que pasó al Gabinete Técnico de la Confederación Hidrográfica del Norte, sita en la ovetense plaza de España. Además, realizó gran número de trabajos particulares.

Residente en la ciudad de Oviedo (capital de Asturias), este hombre enamorado de Muros, donde tiene casa, y de su historia escribió los libros titulados Muros del Nalón. El libro del Concejo (ed. Azucel, 2003), éste junto a Xosé Nel Riesgo, y Concejo de Muros. Su historia. Periodo de 1936 a 1975 (2009). En el primero narró la historia de este concejo desde sus orígenes hasta el 9 de septiembre de 1936, dos días después de la entrada en Muros de las tropas de Franco. El segundo abarca desde donde terminó el anterior hasta el 31 de diciembre de 1975, tras el fallecimiento de Franco.

Desde noviembre de 1988 colaboró en el diario ovetense Opinión hasta su desaparición, siendo también incontables los trabajos y cartas al director publicados en diversos diarios provinciales y nacionales, así como esporádicamente, hasta que solicitaron que su colaboración fuese continuada, en Bajo Nalón y Valles del Trubia, que tenía su redacción en Nava.

AUTOBIOGRAFÍA

  • Fecha: viernes 29 de octubre de 2010

Hasta los 5 años de edad viví en New York. Cuando tenía catorce meses, celebraron mis padres en casa la Navidad, al mediodía, acompañándonos Sergio y Ana (Sergio era de Riberas de Pravia), miss Badrick (judía) y el matrimonio Bernstein (él judío y ella católica), y a Sergio se le ocurrió lo siguiente: Me sentaron en el centro de la mesa en una sillita mía y me prepararon una copa con champagne para dármela «y ver qué cara ponía al tomarlo» y, por lo visto, cogí la copa, la llevé a los labios «y me la zampé seguidita, sin hacer gesto alguno». Según mis padres, me encantaba ir al Central Park, donde me ensimismaba contemplando los animales del zoo. En la fotografía que se adjunta, tomada en mayo de 1921, estoy con mi madre junto al estanque del parque. El 4 de julio de 1922 lo pasamos en Shandaken (NY) con unos amigos. Yo estoy en primera fila, a la izquierda, en brazos de mi madre, en el centro; arriba del todo, mi padre. El matrimonio que en primera fila están a continuación nuestra son Sergio y Ana, él el de la broma del champagne. En el verano de 1923, en la playa de Farrokeway, en casa de los Bernstein, pude contemplar, por vez primera en mi vida ¡LA LUNA LLENA DE NOCHE! Un día de la primavera de 1924 apareció en el parque toda la parafernalia para rodar una película, película esta de la pandilla de aquel entonces, con el gordo, el pecoso, el negrito y los demás; a la chiquillería que estábamos jugando nos utilizaron de extras, montándonos en un elefante que simulaba que llegaba al parque con nosotros y que la pandilla estaba esperando para subirse en él. Como es de comprender, nuestra intervención en el film, después del rodaje, no superó los treinta segundos. Los fines de semana era muy normal pasarlos en lugares de los estados de Vermont o Massachussets. La fotografía, en un trineo con un amigo, fue tomada en enero de 1923, en New York. ¿No resulta muy coincidente la sonrisa de las dos fotografías, una tomada el día que cumplí 89 años y la otra con tan sólo tres?

Mi primer viaje a España, con mis padres, fue en junio de 1924, estando en la Península durante un espacio de tiempo de dos meses. Por cierto, tanto en la travesía de venir a Europa como en la de regreso, hubo dos sucesos dignos de mencionar, a saber: Al venir, viaje realizado en el «Olímpic», buque este de mayor eslora del mundo en aquella época, 300 metros, se desató una tormenta de tal magnitud que el navío de cuatro chimeneas que poseía perdió una y durante buen espacio de tiempo tuvieron que parar sus hélices, en prevención de que si estuvieran en marcha al quedar éstas al aire por el gran oleaje y trabajar entonces en vacío podía partirse el buque en dos. Aún hoy en día recuerdo aquella tormenta como si estuviera viviéndola. El segundo suceso es que me vacunaron en Muros contra la viruela y en el viaje de regreso a USA, habiendo embarcado en El Havre (Francia) en el «Mauritania», se me generalizó la vacuna, por lo que nos obligaron a desembarcar en Southampton (Gran Bretaña) a pasar la cuarentena, lo que como es de comprender no le hizo gracia alguna a mi padre. Tras esa estancia en Muros no quería hablar en inglés, sólo en español, costándoles a mis padres Dios y ayuda que mantuviese el bilingüismo.

Tras cumplidos los cinco años mis padres se trasladaron a La Habana (Cuba), donde permanecimos hasta febrero de 1929. Durante el espacio de estancia en Cuba me tocó pasar el ciclón de 1926; inicié mis estudios en el Colegio Froebel, continuándolos en el de los Hermanos de La Salle. Considero digno de narrar este suceso: Vivíamos en el Vedado, entre las calles Línea y 17, en un tercer piso con una gran terraza y un día, con 7 años ¡me decidí! ¿A qué? A algo insólito: Salir de la terraza y dar toda la vuelta al edificio, cogido como podía a la fachada y los pies apoyados en un pequeño saliente de unos tres a cuatro centímetros. Mis padres no se enteraron, pero un vecino de la casa de enfrente sí, pero no vino a decirle nada a mis padres de lo que acababa de realizar, pues podía asustarme y entonces caer. La regañina fue de las que hacen época. Por ese mismo tiempo, estando un día sentado en una mecedora de la terraza, cayó una chispa de tormenta seca, pues hacía un sol espléndido, chispa esta que fue la causa de la muerte de un amigo que vivía en la casa de enfrente y que también estaba en su terraza, circunstancia esta que ha motivado mi gran respeto a las tormentas con rayos, y que durante mi vida profesional he tenido que apechugar con muchas de ellas a campo abierto o en pleno monte.

Durante nuestra residencia en La Habana, un mínimo de dos veces al año nos trasladábamos a New York, donde mi padre realizaba compras para el negocio en que trabajaba. Estos viajes los hacíamos unas veces en tren y otras en barco. En tren se salía embarcado en La Habana y se iba hasta Cayo Hueso, al Sur de Florida, durando el viaje tres días, durmiendo dos noches en el tren, lo cual hacíamos en un compartimiento existente al extremo del vagón, compartimiento con tres camas y baño, baño este solamente con lavabo e inodoro. En barco la travesía también duraba tres días de La Habana a New York, travesía esta que realizaban tres barcos, el «Orizaba», el «Siboney» y el «Zacapa o Zapata», no recordando bien el nombre de este tercero, todos ellos de la Compañía «Flota Blanca». De estos viajes no se me olvida, parece que lo estoy viviendo, el paso ante el Cabo Hatteras, cuyo faro estaba instalado en un barco anclado y su tripulación salía a cubierta, a nuestro paso, saludándonos con escobas, trapos y cuanto encontraban a mano. Este lugar era muy significado por su oleaje, que junto a las corrientes de aire hacía que gran parte del pasaje se marease, recordando que una vez hasta el capitán del barco se mareó y que en esa ocasión los únicos que estábamos en el comedor éramos mis padres y yo. Nunca, jamás, ninguno de los tres nos mareamos navegando. Cuando tenía 7 y 8 años, al llegar el mes de mayo me veía obligado a trasladarme a New York, pues el calor me hacía estar vomitando gran parte del día. Hacía el viaje sólo, siempre en barco y en N.Y., en el muelle, estaba esperándome Baldomero, un señor de Tineo que era el director del Hotel Ansonia, en Broadway, conocido más usualmente por el sobrenombre de «Cónsul de Asturias en New York». En este hotel se hospedaba el conocidísimo boxeador Paulino Uzcudun, el cual todos los días por la mañana, absolutamente todos, me cogía por la parte trasera de los pantalones, me levantaba en vilo y con su sonora voz me decía: «¿Vas a portarte hoy bien?». Yo le tenía absoluto respeto y, con voz trémula le respondía: «Sííí…sííí». Una de las noches hubo incendio en el hotel, vinieron los bomberos, los clientes fueron desalojados, a mí de la habitación me sacó en brazos un bombero. Sofocaron el incendio, volvieron a subirme a la habitación, me acostaron y…, ¡hasta por la mañana, cuando bajé para ir a desayunar, tanto Baldomero como Uzcudun que me lo contaron, YO NO ME HABÍA ENTERADO DE NADA! Estas estancias mías en solitario no eran completas, más tarde, como al mes o así, venían mis padres. Un recuerdo de esta época es el haber presenciado en 1927, con mi madre, la primer película sonora de la historia del cine El cantor del jazz (The jazz singer), interpretada por Al Jolson.

En febrero de 1929 nos trasladamos a París (Francia), realizando la travesía en el «Île de France», trasatlántico este que entonces poseía la «Cinta Azul», distintivo para el que la realizaba en el menor tiempo, en este caso en cuatro días. Establecidos en París como «centro de operaciones», según lo precisaba mi padre, que yo recuerde fuimos a Lyon (Francia) y Leipzig (Alemania), creo que en algún otro punto también estuvimos, pero en este instante no me viene a la mente. En esta ciudad, además de visitar todos sus monumentos, entre ellos la subida a la torre Eiffel, visitamos a una señora nacida en Muros pero que allí vivía desde hacía más de cuarenta años y el español ya sólo lo chapurreaba, recordando esta visita porque narrándonos sucesos de cuando la primera guerra mundial, la iniciada en 1914, decía: «Los soldados llegaban y ´coñaban´ a la puerta» (en francés «cogner» es golpear, pegar). Permanecimos en París hasta septiembre de ese año, momento en que emprendimos viaje hacia Muros de Nalón (Asturias). En esta localidad me preparé para ingreso y primer año de bachillerato, de lo que me examinaron en Oviedo, aprobando ambos felizmente. Quien me examinó fue el conocidísimo y nombrado D. Acisclo Muñiz, que por cierto, al verme sentado en el primer banco durante varios días seguidos, me dijo: «Tú, muchacho, que llevas ahí ya varios días, ven para acá». Y me examinó.

En septiembre de 1930 nos trasladamos a vivir a Madrid, donde estudié el resto del bachiller, en el colegio de El Cisne, de los hermanos maristas, en el barrio de Chamberí. No es ni por presumir ni por «fardar», como dicen ahora, pero en todos los cursos logré dos o tres matrículas de honor.

En el verano de 1935, estando en las fiestas del Cristo en Pravia, con otros dos amigos, uno de ellos apellidado Saavedra, estando por la zona frente a la Colegiata, nos entraron ganas de orinar y no sabíamos donde hacerlo; en esto, Saavedra nos dice: «Está solucionado, están haciendo obras en casa (su casa era una de las de frente a La Colegiata), no hay nadie en ella, tengo llave para entrar, pero tened cuidado porque en el patio hay atado con una cadena un perro rabioso que matarán mañana». Entramos, llegamos al patio, el perro ladraba como un loco, iniciamos la micción y el perro, de tantos tirones ¡arrancó la cadena! ¡Sálvese quien pueda! Lo que es encontrarse en tales circunstancias: Saavedra, que estaba junto a una pequeña edificación de guardar objetos varios, que tenía un ventanuco de nada, de un salto entró por el ventanuco. Tuvimos la gran suerte de que el perro se centró en Saavedra y no pensó en nosotros dos, dándonos así tiempo para que el otro (no soy capaz de recordar su nombre, pero sí recuerdo que tuvo en Oviedo una agencia de publicidad llamada «Alarde»), pudiese saltar la tapia y pasar a la propiedad contigua y yo emprendí una carrera hacia la puerta de entrada para cerrarla, para que así el perro no pudiera salir y organizar la de ¡vámonos juana! Tengo la plena seguridad de que si hubiese sido cronometrada mi carrera el tiempo reflejaría un récord de tal magnitud que aún hoy en día se mantendría sin haber sido batido por nadie.

Terminé el bachiller en junio de 1936 –con una particularidad, que en la foto que me hice me peiné con el pelo hacia atrás, cuando toda mi vida me he peinado a raya–, trasladándonos a Muros para pasar el verano, donde nos pilló el alzamiento franquista. Las tropas de Franco entraron en Muros el 7 de septiembre y desde ese mismo día me alisté como voluntario y comencé a prestar servicios de vigilancia, si bien es verdad que antes de prestar servicios militares, junto con mi padre y otras personas, nos dedicamos a sofocar el incendio provocado en el Ayuntamiento por los republicanos antes de su abandono del lugar. En la noche del 7 al 8 estaba en una construcción que había en las proximidades del puente de La Portilla, junto al río y ¡lo que es tener pocos años! Faltaba poco más de un mes para que cumpliese diecisiete, volaron esa noche un par de tramos del puente, me cayeron cascotes por encima ¡y ni me enteré! Como cuando el incendio en el Hotel Ansonia. El 17 de octubre de 1937, rendido el ejército republicano y yo ya perteneciendo a la 2ª Bandera de Asturias, pasamos el río y antes de llegar al Alto del Praviano, por la carretera de Ribadesella a Canero, en una casa que había a la izquierda, encontramos un garrafón de la famosa bebida «asaltaparapetos». Yo sólo tomé un buche pero los que se atrevieron con algo más sufrieron las consecuencias. Pernoctamos en Carcedo y al día siguiente llegamos a Salinas, donde estuvimos otras dos noches y, acto seguido, a San Cristóbal, donde nos hartaron de hacer ejercicios militares, luego a Avilés y a continuación Gijón, donde permanecimos bastantes días, alrededor de doce o más, acuartelados en un chalé frente a la plaza de toros. Una curiosidad de ese «acuartelamiento»: Frente al que estábamos había otro chalé, por lo visto deshabitado, pero he aquí que un día empezaron a salir de él milicianos brazos en alto, que estaban en el sótano de ese chalé y se conoce que ya no pudieron aguantar más allí escondidos, y muy probablemente sin comida que llevarse a la boca. Hacíamos servicios nocturnos, aparte de otros, en la estación de ferrocarril, recorriéndola entre los vagones, y recuerdo esto principalmente porque nos «paqueaban» a mansalva.

Cuando salimos de Gijón, en un tren de mercancías, nos llevaron a toda la Bandera hasta Alfaro (La Rioja) y desde allí andando hasta Cintruénigo (Navarra). ¿A descansar? Pues vaya descanso, todo el santo día de Dios haciendo instrucción y todo tipo de ejercicios militares. Dos curiosidades en Cintruénigo: Merendábamos por 25 céntimos de peseta (¡ni un céntimo de euro de hoy en día!), lo siguiente: Una chuleta, ensalada de lechuga, pan y un vaso de vino, parecido a los de sidra, hasta la mitad. La otra ¡menudo susto! Sin decirnos absolutamente nada, sin avisarnos, una tarde a la hora del paseo, nos soltaron dos vaquillas y ¡venga cada uno a correr y trepar por donde podía! De Cintruénigo, otra vez en tren, no recuerdo si fue a Burgo de Osma o San Esteban de Gormaz, en Soria, donde nos llevaron, pero sí que desde uno de estos dos lugares fuimos andando hasta Retortillo. En este pueblo dormíamos de maravilla, en unos compartimentos llenos de trigo, al que nuestro cuerpo se amoldaba divinamente bien. Por aquellos días estaban preparando una ofensiva por Guadalajara, pero se truncó y a toda pastilla, en la caja de camiones nos trasladaron a Teruel, donde acababa de iniciarse la tan sonada batalla. En ese viaje, en diciembre, con camiones al descubierto ¡creímos morir de frío! En las proximidades de Teruel, ya anochecido, bajamos de los camiones entre Concud y Caudé, desde donde nos trasladamos a pie hasta el Pico del Zorro, y creo recordar que en este trayecto fueron 149 bajas, entre heridos y fallecidos, las que sufrió la Bandera. Nada más llegar al alto citado la primer labor fue llenar sacos terreros para un parapeto, y lo hicimos tan bien que por la mañana nos tiroteaban a placer ¡pues no habíamos realizado el parapeto con la debida orientación! Durante esta circunstancia, estando tirado boca abajo en el suelo y teniendo junto a mí a Comas, que posteriormente fue el farmacéutico de Cangas de Onís, sentí en la espalda como si me hubiesen pegado el gran golpe con una vara, pero no había sido eso ¡fue que una bala me cortó el correaje! Salvé de milagro, un centímetro más baja me habría cercenado la columna. Otros muchos y yo para dormir nos hicimos unos «iglús», en forma de media esfera, con ramascos que cubríamos con una capa de nieve En ese lugar padecimos, además de ataques y contraataques, una temperatura de 17 grados bajo cero, lo que me motivó la congelación de ambos pies, por lo que fui evacuado a un hospital el 6 de enero de 1938. Un momento de los muchos narrables durante nuestra permanencia en aquella posición fue éste: No hacía mucho que se había incorporado a la Bandera un muchacho de Muros de Nalón, Rafael Fernández, y una noche estando los dos de avanzada, de vigilancia por delante de las alambradas, sentimos el avance de las tropas enemigas y nos retiramos hacia el parapeto, yo lo hice por el pasadizo que a tal efecto se dejaba en las alambradas, pero él a toda velocidad y con un salto perfecto, que ni el de Alvarado en México, ¡cruzó toda la alambrada volando por encima de ella! La juventud y el temor dan unas fuerzas impresionantes. En esta posición sucedió que, en un ataque aéreo del ejército republicano, a un cabo de la Bandera se le ocurrió lanzar un morterazo, con un mortero del 40 –uno pequeño transportado por una persona–, con tal precisión, ¡sin tenerla prevista! pues fue al tuntún, ¡que derribó un caza! Este suceso insólito lo volveré a tratar cuando hable de los años cuarenta.

Al evacuarnos del frente, a mí y otros muchos nos embarcaron en un tren-hospital en el lugar de Santa Eulalia, camino de Zaragoza. Los vagones de este tren-hospital, en su techo, tenían pintada la Cruz Roja; no obstante, como a los cinco minutos de haber partido de la estación unos cuantos cazas del ejército republicano, cazas rusos conocidos como «ratas o moscas», ametrallaron el tren durante un buen rato. Afortunadamente de puntería no estaban muy allá y fueron muy pocos los que sufrieron alguna herida.

Ya en Zaragoza al hospital que nos llevaron era uno habilitado en el Círculo Mercantil, donde iniciaron las primeras curas, pero, al ser muchos los heridos de mayor importancia que los que padecíamos congelaciones, nos trasladaron a otro hospital, en Palencia, uno que también habían habilitado en el seminario, con dos camas en cada celda. Fueron tantos los fríos que sufrí durante el traslado que pillé una pulmonía. Hasta que no me recuperé de la pulmonía no pude comunicar a mis padres dónde me encontraba, con gran alegría para ellos por considerarme muerto desde hacía tiempo. Palencia fue una suerte para ellos ya que en esta población vivía una hermana de mi padre, casada, con una hija, prima carnal mía que aún vive. Una de las primeras cosas que hizo mi madre fue coger el macuto para lavarme toda la ropa que hubiera en él. A los dos días de realizar esta operación, me dijo: «Hijo, entre la ropa tenías una camiseta de invierno gris que no es tuya, pero que también te lavaron». –«¡Mamá, esa que tú dices que es gris, es blanca y mía!». –«¿Cómo? Las tuyas todas eran blancas y ésa es gris». –«Sí, mamá, pero de porquería y humos se hizo gris». Dado ya de alta, marché para Muros con diez días de permiso, con tan buena suerte (?) que se me presentó una ictericia que hizo que se retrasara mi incorporación a la Bandera, incorporación ésta que verifiqué en el frente, en la provincia de Castellón. De este frente son muchas las cosas a narrar, pero me limitaré, brevemente, a tratar unas pocas. Por ejemplo: Estando establecido el frente en el río Mijares, se pactó una tregua y bajamos ellos y nosotros a bañarnos en él, donde pudimos comprobar su baja moral, pues nos decían que si venían «las pavas» (aviones Heinkel así llamados por ellos) a bombardearles previo al cruce del río, que retrocederían corriendo ¡sin dudarlo un segundo! Establecido en la Bandera un grupo de «exploración y explotación», formado por un sargento (el ovetense Clemente Escolar), un cabo y quince números, salimos a explorar terreno en las proximidades de La Muela de Albocácer y en el trayecto encontramos abandonado en el suelo un teléfono de campaña, lo descolgó el sargento y a quien se puso del otro lado, le dijo: «Prepararos, que vamos por vosotros». La respuesta que escuchó fue: «No seréis capaces». Continuamos camino, emprendimos la ascensión a la muela y ¡ni un tiro! Continuamos ascendiendo y sí empezaron los tiros, ¡pero de los nuestros! Los de nuestra Bandera sí sabían lo que estábamos haciendo, pero los de la 3ª lo ignoraban. Tras refugiarnos en unas peñas, el cabo que llevaba una bandera de España la sacó y desplegó y el tiroteo de los nuestros contra nosotros cesó. Continuamos el ascenso y al llegar al alto de la Muela, ¡vacío! Habían abandonado la posición, de ahí que hubieran dicho al sargento, al teléfono, aquello de «No seréis capaces». Entre Onda y Bechí sufrimos un fuerte ataque de los republicanos que casi lograron cercarnos con tropas y tanques. Iniciado el contraataque y recuperadas las posiciones, encontramos a varios de nuestros compañeros clavados en el suelo con bayonetas rusas, más largas y de otra configuración distinta a las nuestras. En las proximidades de Villarreal me dieron la encomienda de ir a enlazar las dos divisiones que avanzábamos juntas, la 82 y 84. Era de noche, llovía si Dios tenía agua, y en un momento veo que lanzan bengalas y tropas republicanas atravesando el río por una pasarela. Nada más percatarme de ello, yo iba por una carretera, me tumbé en la cuneta donde pasó sobre mí toda el agua del mundo. Aquello que yo creí un contraataque debió de ser solamente un ejercicio de aquellas tropas o algo similar, ya que, como tras 20 o 30 minutos, retrocedieron. No enlacé con la otra división y retorné al punto de salida. Otro día, en la Sierra de Espadán, con un calor infernal, estábamos sentados en corro, con los correajes quitados y dejados en el suelo, cuando de una bomba de mano, una Laffitte, empieza a desprenderse humo; ¡quedamos todos petrificados! Deflagró y todo, afortunadamente, quedó en un susto. Tenía el detonador quitado y por eso sólo deflagró. En otra ocasión, estando apoyados contra un parapeto, un cañonazo cayó contra él, lanzándonos unos metros, a consecuencia de lo cual cuatro marchamos para el hospital. Estando en el hospital solicité el paso para un escuadrón de Falange, en el ejército del Sur. Me fue concedido y al darme de alta a él me encaminé e incorporé. ¿La razón principal? Que mi padre, junto con mi madre, por motivos de trabajo, se habían trasladado a Sevilla. Durante este periodo en el frente de Castellón el alférez que teníamos en nuestra centuria era Sabino Fernández Campo, ¡casi nadie, que digamos!

Adscrito al escuadrón, me incorporé al mismo en Bujalance, provincia de Cordoba, donde, por cierto, por primera vez en mi vida me puse ante un novillo. En el escuadrón había dos profesionales del toreo, el teniente «Facultades» y el cabo «Gitanillo de Algeciras». En la plaza del lugar había un novillo que había sido echado a los corrales, novillo este que tenía la cabeza como un molinillo, pues los chiquillos del lugar no hacían más que tirarle piedras. La res fue regalada al escuadrón para ser matada y aprovechada su carne. Fuimos a la plaza, salió el novillo a la arena y al primer lance que quiso darle el teniente, como no había tenido la precaución de quitarse las espuelas, éstas se enredaron y cayó al suelo; gracias a «Gitanillo», que le hizo el quite, se salvó. Yo encontré una escoba cuyo palo era de caña, la cogí, partí al medio la caña y con esos dos trozos quise poner un par de banderillas al novillo. Me acerco a él, le cuarteo, coloco el par de banderillas (?) y como no tenían arponcillo alguno ¡el novillo ni se enteró!, teniendo yo que poner pies en polvorosa. No sé ahora pero entonces la plaza de Bujalance no tenía callejón; yo corrí y de un salto me planté en el tendido, con tan buena suerte que caí en blando. Sí, en blando, sobre una defecación que había en aquel lugar del tendido.

De Bujalance nos trasladamos a Almedinilla de Priego (Córdoba), donde había un convenio de tregua entre los dos contendientes, convenio este que dio origen a esta anécdota: Los del escuadrón iban, cada dos días, a buscar paja para los caballos a un cortijo abandonado entre las dos líneas del frente y un día, al cumplir esta misión, fueron tiroteados por las fuerzas republicanas, por lo que desistieron de ir en busca de la paja y dieron la vuelta. Por la tarde de ese día, que era cuando hablaban entre ellos los oficiales de uno y otro bando, para determinar o no la continuidad de la tregua, hicieron referencia del tiroteo sufrido por los que fueron por la paja, a lo que el oficial republicano manifestó: «Que no se preocupen, que continúen yendo por la paja que ya arresté yo al sargento que ordenó la ráfaga». Desde este lugar cumplí bastantes misiones, que no reseño porque esto me está pareciendo demasiado largo. El caballo que tenía asignado se llamaba «Picolino» y, por lo visto, había sido de concursos hípicos, no admitiendo que ningún otro fuese delante de él; la boca se le llenaba de espuma y el pechopetral hacía también que se le pusiese blanco de ella toda la parte delantera de su cuerpo; era un puro nervio. De Almedinilla de Priego trasladaron al escuadrón a Nueva Carteya y de aquí a Campofrío, en la provincia de Granada, donde nos pilló el final de la guerra. De este último lugar tendría mucho que hablar, pero no lo considero prudente. ¿Se acuerdan de cuando me vacunaron contra la viruela y tuvimos que dejar el barco y pasar la cuarentena? Pues hubo orden de vacunar a todos contra la viruela y yo le dije al doctor: «Es inútil que lo haga, no me prenderá porque cuando tenía cuatro años me vacunaron y se me generalizó, y eso, por lo visto, lo deja a uno listo para toda la vida». «¡Qué sabe usted de esto! Venga dentro de un par de días y verá cómo la tendrá bien prendida». A los dos días pasé a que me viese y levemente se apreciaba la huella de la lanceta, pero de prendida ¡nada! De aquí fuimos a Baza, donde hubo un intento de envenenamiento a varios componentes del escuadrón, yo uno de ellos. Nos llevaron al hospital y con limpiezas de estómago y alguna cosa más, quedamos nuevos. Tras esa limpieza, yo empecé a tener un gran dolor de muelas, solucionándomelo con «un crimen odontológico»; allí nada de limpiar la muela y empastármela, me la sacaron y solucionado el problema. De Baza a Granada, donde permanecimos hasta julio, si bien es verdad que, como estaban mis padres en Sevilla, en mayo conseguí un permiso y allá me fui, aprovechando ese intermedio para acudir a la romería del Rocío, lo que hice con todas las de la ley, ¡en carreta! Y en la romería volví a torear. Estaba Pepe Bienvenida, de la larga saga de los Bienvenida, toreando un utrero y allí me metí yo, lanceándolo unas cuantas veces hasta que me pidieron que abandonase el ruedo, ¡pero maté el gusanillo! En Granada estábamos acuartelados en el Monasterio de San Jerónimo, habilitado para ello, ¡pero lo que yo allí sufrí! Había chinches a montón y yo pensé, para librarme de ellas, coger una camilla y poner en cada pata una lata con agua, que de nada sirvió; las chinches eran tan listas que desde el techo se tiraban a uno. De Granada tengo algunos sucedidos muy curiosos, pero que no considero preciso mencionarlos.

En julio, al cuartel de Sevilla. Como ya mis padres habían marchado para Madrid, Manuel Grande Cobián, oficial de Intendencia y hermano de Francisco Grande Cobián, el famosísimo doctor, llamado por algunos «el joven sabio», me recomendó una pensión en la calle Goyeneta, de unas asturianas que te atendían fenomenalmente bien. En el cuartel me dediqué, para entretenerme, a domar potros, hasta que uno de ellos, al que ya consideraba domado en el picadero, al sacarlo al exterior ya me empezó a dar la lata. Durante el paseo, cualquier cosa le asustaba y así llegué hasta el hospital de la Legión, donde un perro comenzó a ladrarle, se encabritó y por mucho que intenté aguantarme sobre él, no habrían pasado ni diez minutos cuando salí despedido, cayendo sobre la mano izquierda, alrededor de la cual giró mi cuerpo, y tuve un «desprendimiento epifisario» que motivó que me la escayolaran. Como desde Castellón ya estaba padeciendo una fuerte urticaria –que si me rascaba se me inflamaba la parte en que lo hacía, si me mordía o pellizcaba un labio se ponía como un melón, y así por cualquier parte del cuerpo–, que estuvieron tratándome con veinte mil medicamentos e inyecciones de calcio, y como nada lo solucionaba un oficial me recomendó fuese a un coronel médico que tenía la consulta junto a la Giralda. Fui a él, me miró y me dijo: «Como la urticaria es algo muy raro, vamos a ver si la curamos de forma rara, te voy a recetar inyecciones de insulina, con la que se trata a los diabéticos». Aquello fue santo remedio, nunca más, gracias a Dios, volvió a molestarme. Durante esta estancia en Sevilla, al igual que en la de Granada, tengo también jugosos sucedidos, que igualmente omito.

En noviembre de 1939 una disposición admitía que podían licenciarse los que llevasen más de tres años de voluntarios. Como yo los llevaba, lo solicité y me licencié, trasladándome a Madrid, a la casa de mis padres. Hasta final de año, no di golpe, empezando en enero de 1940 la preparación para el ingreso en la Escuela Especial de Ayudantes de Obras Públicas –hoy Ingenieros Técnicos de Obras Públicas–. Por cierto, a mediados de ese mes se presentó en casa un señor que me manifestó lo siguiente: Que venía a comunicarme que había sido elegido para ser componente de la «Guardia de Franco»; le hice saber que agradecía infinito tal distinción, pero que acababa de iniciar mi preparación para lo que sería mi carrera profesional, por lo que, sintiéndolo mucho, deseaba centrarme en ello y no pertenecer, si ello era posible, a esa digna corporación. Lo comprendió y accedió a mi petición.

El 26 de julio de 1941, en la romería de Santana de Montarés (Cudillero) me hice novio de la que sería mi esposa, casándome con ella el 16 de julio de 1943. Durante el periodo de preparación para el ingreso en la Escuela de Ayudantes de Obras Públicas, en 1943 ingresé en la de Aparejadores, aprobando dos cursos, y en el mismo año, antes de casarme, en la Academia Militar de Ayudantes Aeronáuticos, de donde me expulsaron en noviembre… ¡por estar casado! Sí era preciso estar soltero para ingresar, pero nada decían de casado después del ingreso. Cuando la movilización general de 1942, me asignaron al Cuerpo de Ingenieros, del que dejé de formar parte al ingresar en Aeronáuticos. La fotografía es remedando a la que se hacían los quintos en los años veinte, y el puro que sostiene mi mano derecha ¡era de madera! Y aún lo conservaba el fotógrafo para estos casos. Me casé antes de terminar carrera alguna porque dando clases particulares en mi domicilio, así como a los grupos que se preparaban para el ingreso en Ayudantes de Obras Públicas en la Academia de los Sres. Giménez Arribas y Arrechea, obtenía ingresos más que suficientes para poder hacerlo y no ser carga alguna para mis padres. En 1944 ingresé en la Escuela Especial de Ayudantes de Obras Públicas, cursé la carrera, siendo el número 7 de una promoción de 52, pudiendo explicar el motivo de no estar entre los cuatro primeros. No me quejo del puesto obtenido, pero sí del motivo. El 7 de febrero de 1947 tomé posesión, en Oviedo, en la Jefatura de Obras Públicas, sita entonces en la calle Marqués Santa Cruz, donde entre muy diversas obras de conservación y construcción debo destacar la reconstrucción de los puentes de la carretera comarcal de Sahagún a Las Arriondas (Parres), los de Angoyo, La Huera y Vidosa, así como suprimir con una variante la reconstrucción de los de Cabrones y Busmaedi, todos ellos volados por los republicanos durante la guerra. Por cierto, cada vez que se enviaba al Ministerio algún escrito relacionado con el puente de los Cabrones, ellos siempre, indefectiblemente, con mucho prurito, lo denominaban como «Carbones». ¿Os acordáis de que en Teruel un cabo, de un morterazo, derribó un caza? Pues en estas obras el que atendía el compresor había sido piloto republicano y comentando cosas de la guerra con él resultó que estuvo en aquella escuadrilla de una acción en Teruel donde fue derribado el caza de un morterazo, haciéndome saber que nunca supieron cómo pudo ser derribado. Este obrero, que se llamaba Germán, era un comunista acérrimo, ¡pero odiaba terriblemente a los rusos! ¿Por qué? Por esto: Durante su preparación para hacerse piloto el instructor era un coronel ruso y toda las mañanas, cada aspirante, todos en formación, eran revisados por el coronel ruso y tenían que estar sin un fallo en su vestimenta, así que un día a uno que consideró que no lo estaba, sacando su pistola, lo despachó de un tiro en la frente, y de esto le vino a Germán su profundo odio a los rusos. En este año de 1947, en octubre, me realizó un retrato al carbón el buen amigo Magín Berenguer. A mi llegada a Oviedo, independientemente de cuantos constituían la Jefatura de Obras Públicas, mis dos primeros amigos fueron el abogado Enrique Cárcaba y el anestesista José Palacios. Como ambos tenían peña, después de comer, en el Peñalva, a ella me integré. Esta peña estaba formada por Anselmo del Fresno y Magín Berenguer, ambos funcionarios de la Diputación; el doctor Pepe Tolivar, Luis Alberto Cepeda, que con los años sería director del diario La Nueva España, Manolo Sanromán (abogado) y Juan Maillo (químico), con los cuales, con estos dos últimos, iniciamos un negocio de imprenta en un bajo de la calle Martínez Marina, negocio que tuvimos durante dos años y que nuestras obligaciones nos obligaron a dejar, vendiéndolo. No ganamos ningún dinero con él, pero tampoco lo perdimos. Allá por el año 1951 o 1952, el Café Peñalva, por haber aumentado el precio del grano de café, elevó el costo de este tipo de brebaje a 2,50 pesetas, lo que motivó una gran desbandada de peñas, pero no por la subida del café, porque al mismo tiempo subieron al mismo precio la infusión de manzanilla, sustancia esta que no había experimentado incremento alguno. Una de las peñas que emigró fue la nuestra, instalándonos en Alvabusto. Todos nosotros éramos entonces relativamente jóvenes, exceptuando a Anselmo del Fresno, que ya rebasaba los cincuenta; los demás teníamos entre treinta y cinco y cuarenta. Y saco a relucir esto de las edades porque en Alvabusto, en la mesa contigua a la nuestra, la peña era toda ella de señores maduritos, como Víctor Hevia, el escultor; Fernández Buelta, periodista y funcionario provincial; el Sr. Saro, de Llanes, que practicó la política durante gran espacio de tiempo; don Nicandro Cancio, cuya casa palacio en Casariego (Tapia), por razones que no son del caso, conocí y en la que en su muralla, entre las almenas crecía un ciprés, advirtiéndole que aquel árbol terminaría arruinando la muralla, a lo que me contestó: «Ese lo plantó ahí mi abuelo y ahí seguirá». Otros dos señores, uno de ellos con un negocio de electricidad y el otro abogado, del que según decían los que le conocían en todos los juicios juraba «por la honorabilidad de su toga», también eran integrantes de esa peña.

Mi zona en Jefatura de Obras Públicas estaba delimitada entre estas dos líneas imaginarias: Una al Oeste, que partiendo de Tazones (Villaviciosa) continuaba por Sariego hasta el límite Este de Siero, en La Secada, y proseguía por el concejo de Nava; y al Este, esa línea imaginaria partía de Ribadesella, pasaba por Corao (Cangas de Onís) y continuando por Covadonga llegaba a los lagos de Enol y La Ercina.

Continuando con mi labor en la Jefatura de Obras Públicas, intervine en la redacción de los proyectos, y construcción, de supresión de los pasos a nivel de El Horrín y El Horrón, en Piloña y Parres. Durante la supresión del de Parres coincidí un día en la obra en el momento de una pega con dinamita; tuvo lugar la voladura, cayeron las rocas y entre ellas ¡un nido de víboras!, una gran bola de víboras, y junto con ellas el fósil de un caracol gigante, con unas dimensiones de 13 centímetros de largo por 8 de altura. Junto con éste, también la de un gran miriápodo, el cual tenía como pisapapeles en la mesa de mi despacho pero que a alguien se le antojó…¡y voló! Quiero destacar tres sucedidos que tuvieron lugar durante mi estancia en la Jefatura de Obras Públicas, éstos: Durante la reconstrucción del puente de Vidosa un invierno, tras fuerte nevada, un alud de gran magnitud cayó al Sella y la presión del golpe hizo que la nieve se solidificase, con lo que ¡el agua cerró al agua! actuando como una presa, quedando aguas abajo del alud el río seco, lo que aprovecharon los lugareños para bajar a él y hartarse de coger truchas. Otro día, cuando la reconstrucción del puente de La Huera, el encargado de obra se acercó a una casa próxima al puente para calentar unos cartuchos de dinamita que estaban helados. Llegó a la casa, metió los cartuchos en la hornilla de la cocina, y se puso a charlar con una chica que allí vivía, de muy buen ver por cierto, y tanto se entusiasmó con ella que se olvidó de los cartuchos en la hornilla, los cuales explotaron y causaron buena avería. El tercero fue que al desmontar la cimbra del puente de Vidosa, el encargado de la obra, un gallego llamado José, de mínima estatura, al tirar de la cuerda que estaba sujeta al pendolón de la cimbra, para que éste se soltase, continuó cogido a la soga, ésta actuó como un arco de lanzar flechas ¡y voló, atravesando por el aire el río Sella, de una margen a otra, como un pájaro! Del puente al cauce del río hay 27 metros de altura. En otra ocasión, de regreso a Oviedo, tenía que subir al kilómetro 9 de la carretera de Puente Tendi a Sellaño, por una avería que había tenido lugar; cuando llegué al kilómetro 3 allí estaba «Stalin», que por este mote así era conocido el caminero de aquel tramo, el cual me hizo señas de que parase, lo hice, y me advirtió: «No siga, D. Armando, dé vuelta y marche para Oviedo». –«Pero Stalin, tengo que subir a ver la avería». –«Mire, hágame caso, dé la vuelta para Oviedo, ya vendrá otro día». Di la vuelta y al llegar a Villamayor (Piloña) había varios buses, de aquellos de capota de lona, de transporte de guardias civiles y Policía Armada, por lo que me di cuenta de que estaban dando una batida. A los dos días volví al lugar; en la carretera estaba Stalin y le dije: «Ya sé el motivo de que no me dejase subir el otro día, porque estaban dando una batida». –«Claro, D. Armando, y el grupo de maquis estaba en una curva del kilómetro 7». –«Pero ¡si de sobra sabe que conocen el coche, todo pintado de gris y con el letrero de ¡Servicio Oficial´ en las dos puertas delanteras!». –«Pues ¡no! Porque usted venía en uno nuevo, no el de siempre». Era verdad, acabábamos de estrenar un coche inglés, un Standar, sí pintado de gris y con los letreros de Servicio Oficial en las puertas delanteras, pero Stalin me explicó: «Y la Guardia Civil lo tiene exactamente igual, y si usted hubiera llegado a la altura de donde estaban los maquis y éstos, sufriendo una batida, no hubieran mirado más y ráfaga que te pego». Stalin tenía toda la razón del mundo y me había salvado la vida. En otra ocasión, bajando desde San Juan de Beleño hacia Amieva, nos salió a mitad de la carretera «El Remolina», también «maqui», con un revólver enorme en la mano y una borrachera mayor aún. Paramos, se acercó a nosotros (hablo de nosotros por el conductor y yo) y nos dice: «Cuando lleguen a Arriondas díganle al brigada Joglar que aquí está El Remolina esperándole». –«Descuide que así lo haremos, le respondí». El brigada Joglar era un guardia civil muy famoso por ir al monte, en solitario, a la «caza» de maquis.

En la tarde del 29 de Agosto de 1947, por la emisora FET 22 de Oviedo, Manolo San Román (con el tiempo ganadero de reses bravas, en Rozados 8Salamanca) y yo dimos la noticia del fallecimiento del famoso torero Manuel Rodríguez, «Manolete», tras la cogida sufrida el día anterior en Linares (Jaén) por el toro de Miura «Islero». Esto fue el nacimiento del semanario taurino-radiofónico «Redondel», que llevábamos Manolo y yo en la emisora anteriormente citada. «Redondel» duró hasta 1955, si bien en sus dos últimos años sólo lo presentaba yo por no encontrarse Manolo bien de salud. Que «Redondel» se mantuviese en antena era imposible, pues estando ya prestando mis servicios profesionales en la Sección de Vías y Obras de la Excma. Diputación Provincial desde el 1º de Diciembre de 1953, el trabajo me impedía atender debidamente su emisión. A finales de los cuarenta, principio de los cincuenta, entre Manuel San Román, Paco Valdés –que había sido torero ovetense– y yo, fundamos el Club Taurino, que se instaló en una primera planta de la calle Palacio Valdés, siendo ellos dos presidente y vicepresidente del mismo, y yo secretario. Uno de aquellos años, no recuerdo cuál, organizamos un festival en la plaza de toros de Oviedo, con utreros, no becerros. Eran los espadas Manolo, yendo yo en su cuadrilla como banderillero, Paco Valdés y el tercero no soy capaz de recordar quién era, aunque sí tengo en mente que fue un rapaz de Oviedo que quería ser torero, que vivía por la salida de la ciudad hacia San Claudio. Por cierto, otro de la cuadrilla de Manolo, antes de salir a la plaza, estaba en el patio de cuadrillas arrimado a la pared, cuando vimos que todo el pantalón se le mojaba de arriaba abajo. El miedo le había hecho orinarse y no salió a la plaza. En cierta ocasión, en una entrevista realizada por mí a Luis Miguel Dominguín en la emisora FET 22, éste imitando la voz de Pepe Luis Vázquez, se expresó así: «Y mañana mataré un toro recibiendo». Pepe Luis no había ido a la emisora, pero se enteró de lo dicho por Luis Miguel y al día siguiente, en la plaza ¡mató un toro recibiendo! Es esta la suerte de matar más difícil de todas, pues tiene el matador que citar al toro, estarse quieto y esperar que venga el astado hacia uno y entonces estoquearlo. Por aquella época participamos también en becerradas en Gijón y Mieres, yendo yo siempre de banderillero con Manolo. También toreé en León, en becerrada organizada por Obras Públicas de esa provincia, el día de Santo Domingo de La Calzada, e igualmente en otra, en Oviedo, también organizada por el mismo motivo de la anterior. Durante esta época en la radio realicé entrevistas a Rambal, Valeriano León, María Fernanda Ladrón de Guevara, al prestidigitador Fu-Manchú, a Antonio Casal, Paquita Rico, Juanito Valderrama, con el que tuve problemas por preguntarle cuántos años llevaba dando «jipíos», a lo que él me respondió que el famoso tenor Fleta se murió sin ser capaz, en toda su vida, de cantar un fandango, ni un tanguillo ni una soleá. Yo, para no calentar más el momento, no le pregunté cuantas óperas había cantado él. Bueno, hice entrevistas a más personas y bastantes a toreros, pero considero suficientes los citados. Intervine en programas infantiles y en cierta ocasión un guión mío, basado en «La leyenda del beso», fue radiado. De los programas infantiles no debo dejar de citar el serial de «Cartucho y Toby su fiel chucho». Su narrador era Jesús Cancio, el que con el tiempo fue Gobernador Civil de Madrid, pero sucedió que un día no pudo acudir y le sustituyó Marujina, poco ducha en estas lides, así que cuando estaba leyendo la introducción de aquel día, se expresó así: «Estamos tristísimos, apenadísimos, aco…» Y soltó una palabra muy testicular en lugar de decir lo que debía, que era «acongojadísimos», Allí se terminó el serial aquel día, no hubo forma humana de continuarlo, las risas de todos nos lo impedía.

Otro sucedido que me recordó lo de la bomba en la sierra de Espadán tuvo lugar entre Arriondas y Ribadesella, realizando un ensanche y nuevo afirmado de la carretera. Estábamos en las proximidades de Triongo, habiéndose preparado una pega de siete barrenos, se encendieron las mechas y empezamos a contar las explosiones: Una, dos, tres, cuatro, cinco, seis... y la séptima carga no detonaba; esperamos unos instantes, continuaba sin explotar, pensamos que ese barreno se había «dormido» por cualquier circunstancia cuando de repente, ante nosotros, cae una gran roca y con ella todos los cartuchos del barreno y… ¡quedamos petrificados! La suerte nos acompañó; con el derrumbe, el detonador se soltó y los cartuchos de dinamita sólo deflagraron, pero el susto fue morrocotudo. Y hablando de sustos. Esta obra la estábamos realizando por administración directa, era verano y, para atenderla debidamente, me trasladé a Arriondas con mi mujer para pasar allí las vacaciones (?). Yo me trasladaba a la obra y la recorría con una bicicleta, cuando un día, por la mañana necesitábamos dinamita y me trasladé a Arriondas para buscarla. Cogí dos paquetes de seis cartuchos de dinamita cada uno, até ambos al manillar de la bici y emprendí camino hacia la obra, dándose la circunstancia de que me topé con Carmina, mi mujer, que se acercó a mi, hablamos y tocando los cartuchos me pregunta: «¿Qué es esto tan grasiento?». –«Dinamita», le respondo. En un segundo, del pánico de haber tocado dinamita ¡se esfumó! No fui capaz de saber qué dirección había tomado, yo creo que batió aquel récord mío de cuando el perro rabioso en Pravia. ¡Ah, otro récord! Estábamos los dos de pensión en Arriondas, y pagábamos cuarenta pesetas diarias con derecho a habitación, desayuno, comida y cena, y muchos días uno de los platos era... ¡de salmón!

Durante mi permanencia en la Jefatura de Obras Públicas tuve como jefe a un ingeniero de zona algo extraordinario, un hombre justo y cabal, don Juan de la Torre Boulin, con el que aprendí cuanto es preciso conocer en el ejercicio de la profesión; era un señor en toda la extensión de la palabra y me lo demostró, de forma patente, en cierta ocasión, en ésta: Estaba realizándose una obra de riego asfáltico entre Infiesto y Arriondas, y un día, prácticamente a su inicio, al llegar a la obra, por determinadas circunstancias, me percaté de que la emulsión no era correcta, que además de betún debía de contener alquitrán, por lo que cogí tres botellas de muestra, pegando una hoja en cada una de ellas, poniéndole la fecha y lugar, y en las que además de firmar yo hice firmar al encargado de obra por parte de la contrata, dejando una de las botellas al citado encargado, llevándome yo las otras dos, y dándole orden de suspender la obra y no regar ni un metro cuadrado más. Al día siguiente ya estaba en el despacho de D. Juan el jefe de la empresa, persona de gran predicamento en el Ministerio, en Madrid, dándole a conocer a don Juan que yo había suspendido la ejecución de la obra, cosa que ya sabía por habérselo comunicado a primera hora de la mañana. Don Juan me hizo pasar a su despacho; aquel señor arremetió contra mí diciéndome: «Usted no sabe quién soy yo, usted no sabe a quién ha suspendido la ejecución de la obra (todo ello con tono amenazante)». Le respondí: «Puede usted proceder como estime pertinente, pero yo estoy plenamente seguro de haber actuado correctamente». Marchó diciéndome que desconocía por completo mi profesión, que no tenía idea de nada. Al ausentarse, don Juan me preguntó: «Armando ¿está usted completamente seguro de que esa emulsión está mezclada con alquitrán?». –«Sí, don Juan, absolutamente seguro, y para mayor seguridad yo mismo analizaré una de las dos botellas que tengo. Mi fundamento se basa en esto, en esto y en esto». –«Bien, entonces yo me solidarizo con usted y confirmo correcta la paralización de la obra». A los tres día de esto apareció el jefe de la contrata nuevamente en el despacho de don Juan, haciéndole saber que dio orden de retirar todos los barriles de emulsión de la obra y de sustituirlos por otros, pues se había enterado de que esa partida no había sido correctamente elaborada (?).

Don Juan era cuñado del escultor don Sebastián Miranda, pues don Sebastián estaba casado con una hermana de él. Sobre la afición taurina de Sebastián Miranda no es preciso descubrir nada, siendo también gran aficionado a los toros don Juan. Cuando Sebastián venía a visitarle, tras hablar de sus cosas, don Juan me decía: «Armando, venga para acá, que vamos a hablar de toros». Mi despacho era contiguo al suyo y se comunicaban por una puerta común.

Como ya señalé anteriormente, el 1º de diciembre de 1953 pasé a prestar mis servicios profesionales en la Diputación, donde permanecí hasta el 1º de marzo de 1979, en que pasé al Gabinete Técnico de la Confederación Hidrográfica del Norte, sita en la Plaza de España, en Oviedo. Mi zona en la Diputación, al incorporarme, era excesivamente inmensa, aprécienlo ustedes: Piensen, como en Jefatura de Obras Públicas una línea imaginaria configurada por el río Nalón desde su desembocadura la cual derivase por el Narcea hasta llegar al Pigüeña y ascender por este último. Esta línea comprende los concejos de Muros de Nalón, Cudillero, Pravia, Salas, Belmonte de Miranda y Somiedo. Los concejos a mi cargo eran un total de 28 (el 36% del total de los de la provincia), con una extensión de 4.893 kilómetros cuadrados, que representaban el 46% de la superficie total de Asturias, quedando el resto para otras cuatro zonas. Pasados tres años, con gran número de obras en marcha, tanto de construcción como de conservación, tomas de datos de campo para nuevos proyectos de caminos vecinales y la redacción de éstos, la zona resultaba excesivamente grande para poder atenderla debidamente, por lo que solicité me segregasen los concejos de Muros de Nalón, Cudillero, Pravia, Salas, Belmonte de Miranda y Somiedo, quedando con los restantes 22 a mi cargo (el 28% del total), y con ello la superficie de la zona quedó reducida a un total de 3.920 kilómetros cuadrados (el 37% del total del Principado), continuando el resto dividido en las cuatro zonas que ya existían. No obstante, cuando la realización del «Plan del Hábitat Minero», dada la envergadura del mismo, tuve a mi cargo las obras a ejecutar en los concejos de Quirós, Teverga y Lena., pero esto fue solamente durante la ejecución de ese Plan.

En la Sección de Vías y Obras de la Diputación fueron numerosísimos y variados los trabajos realizados, proyectando y ejecutando caminos vecinales, trabajos de conservación y mejora de afirmados, electrificaciones rurales y otras de diverso tipo. De caminos vecinales estudié más de 600 kilómetros, y construidos y hechos realidad, unos 440, destacando entre estos últimos el que desde Monasterio de Coto (Cangas de Narcea) conduce a San Antolín de Ibias por el Pozo de las Mujeres Muertas y su continuación, con un salto intermedio, desde San Antolín a Degaña, pasando por las minas de Tormaleo. De electrificaciones participé en el estudio y realización de la que dotó de esta energía a todo el concejo de Ibias. Por cierto, que como uno de mis infinitos trabajos particulares, el primero de todos fue el de electrificar en Somiedo los lugares de Éndriga y Saliencia, posteriormente los de Gúa y Caunedo en el mismo concejo, así como también el Valle del Lago. Allí tiene Hidroeléctrica su primera instalación –iniciador de la cual fue el Ayudante de Obras Públicas don Narciso Vaquero, al que llegué a conocer en sus últimos años de vida-, pero, como pueden apreciar, gran número de lugares del concejo carecían del disfrute de esta energía tan esencial.

Bueno, trabajos particulares realicé cantidad de ellos, tales como piscifactorías, cetáreas, plantas de elaboración de hormigón, estaciones de pesaje, estaciones de servicio (gasolineras), caminos y tolvas para minas, encauzamientos, saneamientos, trazado de calles con aceras, afirmado y alcantarillado, accesos a un gran economato y también a un conocido restaurante en la cuenca minera, y como no me negaba a nada, en cierta ocasión hasta el muro de cierre de un cementerio, que no me proporcionó beneficio alguno pero si dio pie para otros encargos posteriores.

En el verano de 1956 realizamos mi mujer y yo un largo viaje por Europa, recorriendo la zona Este de Francia, visitando Ginebra (Suiza), donde nos alojamos en el Hotel «La Residence», dimos paseos por el lago Leman, conocimos todos los rincones de la ciudad y, las casualidades de la vida, en las proximidades del hotel había una peluquería mixta, de señoras y caballeros, donde por las mañanas acudía para que me rasurasen, pues había quemado mi máquina eléctrica en Arles (Francia), y el único peluquero varón ¡era cordobés! Y para más señas aun, ¡nieto de «El Guerra», el famoso torero! Y ahí no terminaron las sorpresas, pues en nuestra visita a un cabaret, el «Bataklan», nos encontramos con un señor de Grado (Asturias), del que aún con el tiempo transcurrido no citaremos su nombre para evitar posibles conflictos familiares. Antes de acudir a ese cabaré solicité en la recepción del hotel la revista semanal donde figuraban todos los espectáculos en la ciudad, decidiéndome por acudir al cabaré «El Casino», a lo que el señor de recepción me hizo saber que si pensaba acudir con mi mujer era preferible que fuese al «Bataklan», que era más apropiado. Le recabé que pidiese un taxi y emprendimos viaje hacia «El Casino», llegado al cual resultó que era el día de descanso y estaba cerrado, dirigiéndonos entonces, inevitablemente, al repetido «Bataklan». Miren, si el espectáculo de este último era el apropiado para acudir con mi mujer, no quiero ni pensar como sería el de «El Casino». De Ginebra nos trasladamos a Berna, «La ciudad de los osos», de ahí su topónimo. Nos alojamos en el hotel «Baren», del que guardo un gratísimo recuerdo pues todo él estaba conservado tal cual fue inaugurado, hall, habitaciones, siendo su restaurante el colmo de la antigüedad, sin falta de detalle alguno de la época en que fue inaugurado. La verdad es que invierten continuamente una cantidad considerable para mantenerlo todo en las mismas condiciones que cuando fue inaugurado. Guardé como recuerdo una tarjeta del hotel en la que se ve el restaurante.

Tras nuestra estancia en Berna, atravesamos el lago Constanza desde Schweinhaus (Suiza) –este topónimo, en castellano, significa «porqueriza»– hasta Ulm (Alemania), ciudad esta cuya catedral posee la aguja más alta de Europa. En esta ciudad me acerqué a la estación de ferrocarril para efectuar cambio de divisas, y Carmina, mientras tanto, se acercó a los servicios. Yo terminé de efectuar el cambio y ella no aparecía; como tras un buen rato todo continuaba igual, tomé la decisión de acercarme y cuál no sería mi sorpresa cuando encuentro a la señora que atendía el lugar gritando a todo gritar y a Carmina tras la puerta del habitáculo del servicio en que había entrado ¡gritando más fuerte aun! Carmina, en su intento de salir de cualquier forma posible, al percibirse de que aquello, por su parte posterior, la pared no llegaba totalmente al techo, como pudo y dada su agilidad en aquellos años, trepó valiéndose de las cañerías adosadas a la pared y de la cisterna, pero su sorpresa fue enorme cuando al llegar a la parte superior del tabique y mirar que había detrás, se encontró que era…¡el servicio de los caballeros! Mientras tanto, yo trataba de entenderme, como podía, con aquella señora, la cual echaba la culpa a mi mujer de que la cerradura no funcionase y haciéndome ver que había avisado al de mantenimiento para que abriese la puerta. Llegó el de mantenimiento, el cual después de varios intentos logró abrir la puerta y Carmina salió a toda velocidad a enfrentarse a la «guardiana» de aquellas dependencias ya que ella, con un fortísimo golpe que dio a la puerta, fue la culpable de que la cerradura no funcionase. Se desahogó y abrazándose a mí rompió a llorar. Estuvimos en Munich, donde habíamos quedado citados con un hermano de mi mujer, Manolo, que estaba cursando sus estudios de ingeniero químico en Alemania. Acudimos, como obligación, a la gran cervecería «Löwen Brau», donde la medida mínima que te sirven es un litro y que si el que está próximo a ti te dice Prosit¡ (por muchos años, ¡salud!) tienes que beberte todo seguido el litro de cerveza y sin respirar. Todas las mesas son de tipo rústico, con la tabla de madera de unos ocho centímetros de espesor, asientos de taburetes o bancos corridos y un espectáculo de tiroleses la mar de agradable y simpático.

De Munich pasamos a Austria, siendo el primer lugar donde paramos a comer Linz, el pueblo natal de Hitler. A continuación recalamos en Salzburgo, lugar verdaderamente acogedor, pero del que guardo un amargo recuerdo. Acudimos a un merendero, con una terraza enorme sobre el Danubio. Pronto nos atendieron, nos sirvieron café a los dos y de inmediato apareció una camarera con un carrito lleno de pasteles; tanto Carmina como yo elegimos los que, a la vista, nos parecieron más apetitosos, asimos con nuestras manos cuchillo y tenedor, partimos un bocado, nos lo llevamos a la boca y los dos exclamamos al mismo tiempo «¡puaf!». Muy vistosos, con una presencia extraordinaria, verdaderamente apetecibles…¡pero elaborados con esencia de clavo! A continuación de Salzburgo, Melk, los famoso bosques de Viena y Viena. Allí aún se mantenía el ejército ruso y en el hotel era fácil de distinguir las habitaciones que aquellos oficiales ocupaban. No se conformaban con la llave de la habitación; en todas, por su parte exterior, bien visible, había además… ¡un candado!

Paseando con mi mujer por Viena, a orillas del Danubio –cuyas aguas aunque de un marrón subido las vimos azules por estar muy enamorados–, le comentaba que en alguna parte debía de haber zíngaros con sus violines y una pareja que iba delante de nosotros se dio la vuelta y, con un marcado acento cubano, nos dijo: «En el hotel donde estamos hemos visto una tarjeta anunciado un lugar así, con zíngaros». Charlamos con ellos, eran oriundos de Asturias, creían que desconoceríamos el lugar y resultaron ser de Pola de Allande, donde un hermano de mi mujer, odontólogo, tenía consulta, y yo, como tenía esa zona en la Sección de Vías y Obras de la Diputación, pernoctaba en el lugar con gran frecuencia; eran familia de los dueños de la confitería de Pola de Allande. Nos acercamos al hotel, donde nos facilitaron una tarjeta del lugar con zíngaros, un restaurante húngaro llamado «La Princesa de las Zardas» (Csárdásfürstin). Cogimos un taxi y allá nos fuimos mi mujer y yo, ella temblando al ver por qué calles y lugares nos llevaba el taxista, hasta que llegamos al local. Mucho podría contar de la estancia en ese restaurante-espectáculo, pero mi limitaré a narrar lo más destacado. Ya habíamos cenado, pero al llegar vimos que prácticamente en todas las meses tenían, además de la comida, un cacharrillo con fuego en su parte inferior, por lo que ni cortos ni perezosos solicitamos para los dos lo mismo. Resultó ser «gulach», el plato típico húngaro, compuesto de carne y fundido de queso, de ahí el artilugio con la llama. En aquel comedor un grupo de alemanes o vieneses lo dominaba con sus cánticos y juerga. Yo pregunté a los violinistas zíngaros si sabían alguna pieza española, a lo que me contestaron que no. Desde entonces nos limitamos a escuchar y yo a embutir de vino blanco a un zíngaro que, junto a nuestra mesa, tañía un xilófono, trasegando hasta tal extremo que terminó durmiendo la pítima con la cabeza sobre el instrumento. Ya casi teníamos pensado marchar cuando entraron en el comedor los nueve componentes del grupo sevillano «Los Fedriani», a los que habíamos visto por la tarde en el «Reymon Theater», con el espectáculo del Lido de París, acompañados por otras tantas «girls» del conjunto. Me acerqué a ellos, les expuse lo que sucedía con aquel grupo de austriacos o alemanes, informándoles que los zíngaros no eran capaces de interpretar ni una pieza española. Desde aquel instante sólo hubo cánticos y bailoteo español en la pista central del comedor. Una de las «girls» me invitó a sentarme con ellos, pero, al hacerle saber que estaba con mi mujer, declinó toda invitación. Pero con esto no terminó todo; cuando salíamos del local, por un pasillo largo y estrecho en el que como a su mitad había una barra, de ella salió un limpiabotas, el cual acercándose a Carmina le entregó una flor. Al ver nuestra cara de asombro, en un chapurreado español, bastante claro, manifestó: «¡España, guerra, brigadas internacionales!». Había quedado prendado de España y con ese gesto hacia Carmina quiso demostrarnos que adoraba nuestra Patria.

Una fotografía de esta estancia en la ciudad está tomada junto al primer tanque soviético que entró en Viena. Otro señor también quiso hacerse la foto junto a él. En el edifico posterior, aún con los años que habían transcurrido desde el final de la contienda, podían verse todavía los daños en su fachada causados por los impactos de la guerra.

Después de Viena, donde firmamos en el libro de la catedral, Neumarkt, la estación invernal de Graz y Klagenfurt, la ciudad del dragón. Por cierto, se me olvidaba que a la salida de Viena, en una gasolinera, al ver que éramos españoles, uno de los obreros que estaba trabajando en una zanja, pues acababa de iniciarse la construcción de la autopista Viena-Trieste, se acercó. Era un suizo que hacía auto-stop, parándose de vez en cuando para trabajar y ganar algún dinero para continuar su viaje, y esto nos espetó: «¡España, España, comer, comer, comer!». Debió de ser lo único que aprendió de nuestro idioma, pero de lo que no cabe duda alguna es de que…¡no pasó hambre!

De Klagenfurt, tras pisar durante un trecho tierra de Yugoslavia, entramos en Italia por Udine y, acto seguido, Venecia. No cabe duda que es una ciudad bonita pero, de tanto escuchar cosas sobre ella, nos supo a poco. Sí su catedral y la Plaza de San Marcos, sí el puente Rialto, el de los suspiros, y escuchar una serenata nocturna en el gran canal, desde una góndola, todo lo que usted quiera…, ¡pero es la ciudad del regateo! En una joyería, en la plaza de San Marcos, por un anillo de granate comenzaron pidiéndonos quince mil pesetas y terminaron dándonoslo en tres mil. En la calle de las sedas, donde hay una sedería tras otra, exactamente igual, y alquilar una góndola, ¡no digamos!

De Venecia a Milán, pasando por Padua y el lago de Garda, con su península de Sirmione, donde comimos en una terraza con una maravillosa vista sobre el lago. Llegamos a Génova y después a la Costa Azul, instalando la base en Niza. Desde allí nos trasladamos una noche a Mónaco, a su casino, donde en el redondo hall de la entrada había instaladas un buen número de máquinas tragaperras, por lo que Carmina me pidió algo de dinero para jugar en ellas, dándose la casualidad de que a la primer moneda le salieron cierto número de ellas. «Tú vete a la ruleta, que yo me quedo aquí». Fui, comencé a jugar a negro y rojo, y a par e impar, cuando el croupier me dice: «No vas a sacar ni para el tranvía», era español. Pues saqué para el tranvía y para más, hasta tal extremo que le presté a un señor catalán, de Tarrasa, el valor en francos de ocho mil pesetas, pues se había quedado sin una perra. Salimos del casino, dimos un paseo y un gendarme nos dice: «No hablen alto, que la princesa está durmiendo». Nada más pronunciar esto, grité «¡Grace!». Se marchó murmurando y le oímos decir despreciativamente: «Espagnols».

En Niza me sucedieron dos casos curiosos, uno en un cabaret, donde en un concurso viendo unas imágenes se debía de saber quién era aquel personaje y citar una de sus obras; la señora que repartía fichas por las respuestas correctas me llenó la mesa de ellas. Gané el premio, una botella de champagne. Al entregármelo me felicitó. Era española y dueña del aquel cabaret. Y la otra es que había ido de viaje sin llevar traje de baño, por lo que allí compré uno. Salí del hotel con el puesto y una toalla por encima del hombro, me acerco a la playa, situada frente al hotel, y por uno de los pantalanes que había en la playa camino hacia donde consideré que ya me cubría, me tiro de cabeza y, ¡zás! Siento que al entrar en el agua me había quedado desnudo, era de plástico fino y se había escurrido. Por mucho que buceé no logré verlo. Subí al pantalán, cogí la toalla, la coloqué alrededor de la cintura y para el hotel me fui lo más tranquilamente que pude. A Carmina un color se le iba y otro se le venía. Continuamos rumbo a España por el Sur de Francia y como es lógico paramos en Lourdes. Asistimos a la procesión de las antorchas y en la basílica un sacerdote finlandés me solicitó le ayudase a decir misa. Solamente una vez en mi vida, con diez u once años, actué de monaguillo en una misa, acompañando a otro que sí sabía ayudar. Cada vez que el finlandés me decía algo, ¡no entendía ni papa! Y sólo comprendía a medias las señas que me hacía. Un desastre de actuación en mi labor de acólito.

En 1958 mi mujer y yo acudimos a la Exposición Universal de Bruselas y, como es lógico, nos acercamos al pabellón de Rusia con la intención de fotografiar los «sputnik», el primero y el segundo. Tomo mi cámara, enfoco hacia el satélite, el que está a mi lado me da un empujón y no puedo hacerla, yo a mi vez le empujo a él, y así un par de veces, por lo que giramos nuestros cuerpos y,¡asombro mutuo!, era Navarro, óptico de Oviedo. Nos saludamos y tranquilamente sacamos cada uno, sin molestarnos, las fotografías deseadas. Inserto la fotografía del segundo satélite, pues la del primero, objeto y motivo de los empujones, no he sido capaz de encontrarla en parte alguna, no sé dónde la tengo guardada. El segundo satélite fue el que llevó en su interior al primer ser viviente, la perra «Leika», que por cierto falleció a los cinco meses de haber realizado aquel paseo espacial. Pero los asombros no fueron sólo en Bruselas. De regreso a España paramos en París, donde una de las noches decidimos ir a un cine de los Campos Eliseos, en el que proyectaban la famosa película de Brigitte Bardot Dios creó a la mujer, título este que era apostillado con el añadido de Y el diablo a Brigitte Bardot. Terminó la proyección, nos ponemos en pie y…¡venga a saludar a conocidos ovetenses! Entre ellos un doctor, un librero, un alto cargo de un banco y un matrimonio amigo. ¡Coincidencias de la vida, ni que nos hubiéramos puesto de acuerdo! Como es preceptivo, acudimos al Moulin Rouge y al Lido, debiendo hacer constar que en el Lido vimos dos espectáculos que el día anterior habíamos presenciado en el Moulin. O los dos locales eran de la misma empresa, o los contrataban a dúo para ahorrarse dinero. Al tercer día, pensamos: «Tenemos que buscar un cabaré del París canalla, de apaches», y lo encontramos, pues el señor de «las llaves de oro», de recepción, nos informó que el «Petit Balcon» era lo que queríamos y estaba próximo al hotel. El hotel lo teníamos a quince metros de la Plaza de la Ópera. Llegamos al cabaré, entramos y las mesas y veladores eran todas de mármol y el champagne que nos sirvieron ¡de garrafón! Con una gran garrafa iban sirviéndolo por las mesas. Al poco rato de haber llegado se incorporó al local un grupo de turistas de color, norteamericanos. Se inicia el espectáculo, apaches y «apachas» bailando, ellas con los pechos al aire, cuando en esto una de ellas, de piel blanquísima, se acerca a uno de los de color y lo saca a bailar con ella ¡y se armó el pitote! La señora del interfecto se levanta y como una fiera arremete contra la apache que había sacado a su marido. Carmina, toda nerviosa, empezó a decirme: «Armando, marchamos, marchamos». Así lo hicimos, marchamos, y es hoy el día en que aún estoy deseando haberme podido enterar de cómo terminó aquel escándalo.

No recuerdo bien qué riada fue, pero me parece que la de 1959 se llevó dos puentes, el de Trevías (Valdés) y el de Laneo (Salas), sucediendo que en el de Laneo le llamé la atención al mismísimo Franco. Hagamos historia. Franco solía pescar junto al puente de Laneo y cuando la riada se lo llevó por delante, al año siguiente, al venir a practicar su afición favorita todos los vecinos del lugar se acercaron a la orilla y comenzaron a corear: «¡Franco puente…, Franco puente…, Franco puente!». Y así a diario. Santo remedio, a los pocos días se recibió en la Diputación la orden de reconstruir el puente. Redactamos el proyecto, exactamente igual al anterior, se saca a subasta pública y se adjudica, se inicia la obra y cuando ya estaba prácticamente terminaba tengo que ir para fijar la salida hacia Laneo, en la margen izquierda. Al subir vi que en Cornellana se encontraba Franco pescando, por lo que pensé para mis adentros: «Bueno, así podré hacer todo tranquilamente y la escolta no me andará incordiando» –y digo esto porque cuando la reconstrucción de los puentes volados, que ya comenté en su momento, un día que iba a ver esa obra la escolta no me dejó pasar del pozo de Caño (Cangas de Onís) hacia arriba–. Ya en faena me pongo a determinar la pendiente de salida hacia Laneo, estoy leyendo en la cinta métrica una medida acabada de tomar y…, ¡zás!, que tiran de la cinta y no puedo verificar la lectura en ella, por lo que exclamo: «¡Quién coño está tirando de la cinta!». Era Franco quien había levantado la cinta. Tan distraído estaba en mi trabajo ¡que ni lo oí llegar! Siguió su camino, pasó a mi lado, me dio los buenos días, yo le respondí cortésmente… y ni una palabra más entre los dos, él a pescar y yo a proseguir con mi labor. En la imagen aparece el puente, ya terminado, pero sin finalizar de desmontar parte de la cimbra metálica.

Para las vacaciones de 1960 tuvimos la feliz idea (?) de que transcurriese de la siguiente manera: Dar toda la vuelta a España ¡por la costa! Así lo iniciamos un 1 de julio, pero al llegar a Motril estábamos hasta las narices de carreteras estrechas y llenas de curvas. Un compañero de profesión, al que encontramos a la salida de misa de la catedral de Málaga, nos dijo: «La carretera, hasta Estepona, es todo un caracolillo». Nosotros pensamos: «Éste no conoce Asturias, para él serán caracolillos hasta las rectas». Pero no se equivocó, así como también acertó en el sitio de Estepona donde debíamos de comer. De Motril a Granada, que a Carmina le encantó, así como que todas las gitanas que en el Alhambra esperaban a los turistas para echarles la buenaventura ¡hablasen idiomas! Francés, alemán, inglés, ¡lo que precisasen! Nos dedicamos también a visitar los lugares en que por allí yo había estado cuando la guerra. Cómo había cambiado todo; hasta el barrio de «La Manigua», con locales de prostitución en el mismísimo centro de Granada, había desaparecido y un magnífico hotel ocupaba parte de aquel lugar. Nos acercamos a Córdoba y nos alojamos en el Parador Nacional, sito a las afueras de la ciudad, desde donde se contempla un extraordinario paisaje. Visitamos Priego, Almedinilla de Priego, Cabra, Montilla, Bujalance y otras localidades, no pudiendo recorrer todo lo que hubiéramos querido porque se nos acababan las vacaciones y debíamos de volver ya a Oviedo.

En 1961 se inició la construcción del puente sobre el río Navia que une los lugares de Prelo (Boal) y Castrillón (Villayón). Esta obra tuvo una singularidad muy especial y es que tenía que visitar la realización de la excavación para la cimentación de los estribos pasadas las 12 de la noche. ¿Por qué razón? Porque esta obra está aguas abajo de la presa de Doiras, de Electra de Viesgo, y no cerraba turbinas hasta esa hora, las 12 de la noche. Después del cierre de turbinas teníamos que esperar a la bajada de nivel de las aguas y entonces iniciar la excavación, y ésta, aun con la disminución de caudal, debía verificarse utilizando al mismo tiempo bombeo, salvo en los casos en que accidentalmente Doiras cerraba compuertas, con lo cual el río prácticamente quedaba, por así decirlo, en seco, lo que sólo sucedió en dos ocasiones y durante un muy breve espacio de tiempo.

En 1966, con motivo de haber dado el título de Ingenieros Técnicos y Arquitectos Técnicos a los que antes eran denominados Ayudantes, Peritos, Facultativos y Aparejadores de las distintas titulaciones de Grado Medio, se ofreció una comida a las autoridades, estando encabezada la mesa, montada al estilo imperio, por los siguientes señores: Mateu de Ros (Gobernador Civil), Rico Eguibar (Alcalde de Oviedo), Virgili Vinadé (Rector de la Universidad), Lucio de Tapia (¿Procurador en Cortes? Puede ser), Antonio Morales (Diputado Provincial), y el biografiado Armando.

Allá por mediados de los sesenta, la publicación norteamericana Ellery Queen-Mistery Magazín, en su edición en español, convocó un concurso de escritos policíacos y de misterio, participando yo en él con un trabajo titulado Premonición. No obtuve ninguno de los tres primeros premios, pero sí fue aceptada mi pequeña obra entre las diez que llegaron a la final, lo que sirvió para alegrar mi ego.

Por aquellas fechas yo solía jugar la partida de dominó teniendo como compañero a Antonio Carrillo Ausejo, conocido médico dermatólogo. Cuando por razones de trabajo tenía que faltar varios días, siempre avisaba para que no esperasen por mí y la iniciasen con otro. Antonio siempre, sin fallar ni una vez, me preguntaba: «¿Por qué lugares te toca ir esta vez?». En una de ellas le dije: «Pues partiré de tal sitio y tendré que recorrer los lugares ´tal´, ´tal´ y ´ta´l´». –«¡Huy!», exclamó él. –«¿Qué pasa?». –«Esto, que del pueblo ´tal´ acabo de enviar a un señor a la leprosería de Trillo y se llama ´Fulanito Menganito´, así que procura no tener que dormir en su casa». Marché y el primer día transcurrió con la toma de datos a través de un terreno infernal y lloviendo si Dios tenía agua. Terminada la labor del día, a cada uno nos destinaron una casa en el pueblo. donde pernoctaríamos; cené, y cansado hasta la médula por el trabajo de aquél día, me fui para la cama. Dormí mal, porque la habitación de al lado estaba ocupada por un señor bronquítico que con sus ruidos apenas me dejó conciliar el sueño. A la mañana me levanto, me aseo como puedo y voy hacia el comedor para desayunar y, nada más entrar en él vi colgada de la pared la fotografía de un señor, cuyo nombre y apellidos figuraban al pie de la misma, y aquel nombre era el del señor de quien me había hablado Antonio Carrillo. Por la noche, con el cansancio, no me había fijado en nada, ni había visto la fotografía. Aquella familia estaba integrada por un matrimonio, ella hija del malato, y por el bronquítico. ¿En qué cama dormí? Ya os lo podéis figurar.

Durante mi estancia en la Diputación son cientos las anécdotas que podría relatar, pero voy a limitarme a contar éstas: Iniciando el estudio del camino a Tormaleo, desde las proximidades de Cecos (Ibias), en las inmediaciones de Boiro, había tal niebla que no veíamos ni nuestras narices, y comentando qué podíamos decidir, aparece junto a nosotros un paisano del lugar, que nos dice: «Si rezan conmigo, con fervor, la oración de la niebla, antes de cinco minutos esta desaparecerá». ¡Cómo no! La rezamos y su contenido era el siguiente: «Marcha nieblina, marcha, que ahí vien San Xuan con su periquito roan e a so muyer barbuda, si te coye n’un chao quit’eche o mau; si te coye nun entrecosto márchese n’un costo. Marcha nieblina marcha… marcha… marcha». Y fue verdad, antes de cinco minutos, con un sol radiante, estábamos tomando datos. (Esta oración que coreamos fue expresada por el vecino de Boiro D. Aquilino Nogueiro, el 14 de octubre de 1959. Traducción de la oración: «Marcha neblina, marcha, que ahí viene San Juan con su borriquito roano y su mujer barbuda, si te coge en un llano marcha a la mano, si te coge en una vaguada marcha a un crestón. Marcha neblina, marcha... marcha…marcha) En este mismo tramo, entre Cecos y Tormaleo, dormimos una noche en Torga. Yo siempre llevaba una linterna que no era de pilas, que se cargaba enchufándola en casa a la corriente doméstica, y que por su parte delantera tenía un círculo fosforescente que la hacía visible en la oscuridad. En la misma habitación donde habíamos cenado, allí nos montaron dos camastros, durmiendo en uno don Antonio Linares (Ingeniero de Caminos) y en el otro yo. De madrugada me despierta la voz de don Antonio: «¡Armando, la luz!». Tomo la linterna, la enfoco hacia él y no pude menos que reírme a mandíbula batiente pues don Antonio tenía arrollado a su cuello… ¡un gato!... que buscó en él un preciado calorcillo. Él me explicó que despertó sintiendo algo raro alrededor de su cuello, que lo tocaba con su dedo índice y aquello tenía pelos y se hundía, por lo que me llamó solicitando luz con mi linterna. Estudiando el camino a Tormaleo, desde Degaña, y estando como a un kilómetro del lugar de Llanelo (Ibias), por haber estado atravesando toda la tarde un terreno endemoniado de malo y estar muy derrengados los tres rapaces de aquella zona que con hoces mangadas nos iban abriendo troza para poder tomar los datos, dijimos a uno de ellos que se acercase a Llanelo y que allí nos hicieran, para merendar todos, unas buenas tortillas de patata. Cuando llegamos a este punto ya estaban listas las tortillas, con una presencia fabulosa, nos sentamos al borde del camino, nos servimos y nada más llevarnos el primer bocado a la boca ¡puaf, todo fuera! Para los no acostumbrados aquello tenía un sabor horrible: ¡las tortillas estaban fritas con grasa de cordero! Los de allí las devoraron, nosotros sólo les mirábamos. Para estos estudios salíamos de Oviedo hacia allá los domingos después de comer, ya teniendo avisado el punto en que debían estar esperándonos los caballos para ir a pernoctar lo más próximo posible al lugar del tajo. En esta ocasión, al subir don Antonio Linares y yo a la habitación que nos habían destinado, me percaté de que ésta estaba situada sobre una cuadra en la que había un mínimo de cincuenta cabras. En la habitación no se soportaba el olor que subía de la cuadra, pero don Antonio, que tenía un catarrazo enorme, ni se enteraba de tal hedor. Como esto no era suficiente, ¡las mantas que teníamos puestas en las camas habían sido utilizadas para poner bajo la montura de las caballerías! Unan el olor de las cabras al de las mantas... ¿Se dan cuenta? Yo no pude soportarlo, me vestí, salí de la casa y con mi tabardón forrado interiormente de piel de cordero –tabardón que como recuerdo aún conservo- me encaminé hacia el hórreo que había frente a ella y contra un pegollo del mismo me recosté y dormí (?) plácidamente. En Tormaleo dormíamos en la casa de Manuel del Fondo, que la tenía en obras, con todas las vigas de la cubierta a la vista, vigas estas que por las noches eran ocupadas por las gallinas, desde las cuales nos «bombardeaban» a placer, por lo que para evitarlo teníamos que cubrirnos hasta la cabeza. Una noche, ya conciliado el sueño, sentimos un alarido atroz, verdaderamente desgarrador. Por la mañana le pregunté a la señora de Manuel qué había sido aquello y me lo explicó: El gato, para sentir calor, se había metido en el horno de la cocina, de aquellas llamadas «cocinas económicas», de carbón, que no creo conozca ya nadie en nuestros días. La señora, sin darse cuenta, cerró la puerta del horno y allí quedó el pobre gato encerrado, hasta que ya no aguantó más y lanzó aquel alarido de película de terror.

Era muy normal, por aquella época, que los caminos vecinales se iniciasen realizando los vecinos, por sus propios medios, un tramo de caja, hasta que ello alcanzase el valor de la aportación con la que tenía que contribuir el ayuntamiento de turno. En uno de estos casos, no diré dónde, tras replantearles el tramo, se eligió entre los vecinos el más idóneo y capacitado, según ellos mismos, para hacer como de encargado de obra y manejar las niveletas, cosa que se les enseñaba en un periquete. Pues bien, en esta ocasión era un rapaz de menos de treinta años, menudo menudo, por lo que comencé a llamarlo «microbio». Microbio, mira esto; microbio haz esto y así infinidad de veces. Pero un día llego y «microbio» no estaba en el tajo, ¡había marchado para Venezuela! Eligieron otro para sustituirle, aquello continuó, se acabó de construir el camino, los años pasaron, bastantes años, y un día se presenta en mi despacho un señor bien trajeado que cortésmente me saluda y al que no reconocí. Él, al notarlo, me dice: «¿No se acuerda de mí?». –«No, la verdad, en este instante no caigo». A lo que él, muy orgullosamente me manifiesta: «¡Soy SU-crobio!». De yo llamarle MI-crobio él me espetó lo de SU-crobio.

Cientos, cientos de anécdotas tengo de mi permanencia tanto en Jefatura de Obras Públicas como en la Diputación, e infinidad de ellas, así como también trabajos relacionados con la profesión, se vieron publicados en nuestra revista profesional CIMBRA, y algunas de ellas también aparecen en el libro LA PROFESIÓN DE INGENIERO TÉCNICO DE OBRAS PÚBLICAS – En el 150 aniversario de la creación del Cuerpo, que vio la luz en mayo de 2004. Nuestro Cuerpo fue creado con la denominación de «Ayudante de Obras Públicas», pasando posteriormente, por breve espacio, a denominarse «Perito de Obras Públicas», y últimamente a la titulación actual de «Ingeniero Técnico de Obras Públicas»

Durante este periodo debo de hacer constar que al poco tiempo de haber tomado posesión en la Jefatura de Obras Públicas fui designado como Delegado Provincial de la Asociación de Ayudantes de Obras Públicas, así como de su Colegio, que posteriormente, cuando se nos concedió la titulación de Ingenieros Técnicos de Obras Públicas, a la delegación anterior se unió el de ser Delegado Provincial del Colegio de Ingenieros Técnicos de Obras Públicas, y ya no recuerdo si antes o después de esta última delegación, fui nombrado Delegado Provincial de la Mutualidad de Funcionarios y Empleados del Ministerio de Obras Públicas, Sección C. Debo de hacer constar dos cosas: Que los Ayudantes de Obras Públicas, cuando prestábamos nuestro servicio en la Administración Local, fuese en Ayuntamientos o Diputaciones, éramos «funcionarios del Estado al servicio de las Corporaciones Locales», no perdíamos nuestra condición de Funcionario del Estado, así como que cuando tenían lugar elecciones para Procuradores en Cortes, me inflaban a llamadas telefónicas y visitas, pues yo tenía tres (3) votos en estas ocasiones, uno por cada delegación. El día de las elecciones, al darse la circunstancia de que era el más joven de todos los presentes con derecho a voto, formaba parte de la Mesa, así como igualmente lo era el de mayor edad, compartiendo ambos la Mesa con los demás que la integraban, de acuerdo con la legislación vigente en aquel entonces.

Una de las obras que mayor satisfacción me causó, profesional y particularmente, fue la de intervenir en la redacción del proyecto (en 1964) y construcción, finalizada en 1970, del camino vecinal que desde la Playa de Aguilar (Muros de Nalón) conduce al lugar de Aroncés (El Pito - Cudillero), debiendo hacer constar que para ello tuve en aquel entonces el apoyo incondicional del Ingeniero Jefe de Vías y Obras de la Diputación Provincial, el Ingeniero de Caminos don Leoncio del Valle. Siempre que he podido y las circunstancias me eran propicias, hice cuanto pude por el concejo de mis ancestros, como dotar de capa de rodadura de aglomerado asfáltico a los caminos que conducen al cementerio y a las Escuelas Públicas «Grupo Humbelina Alonso Carreño», el cierre exterior y calefacción de este mismo grupo escolar, la reparación interior del depósito de agua de San Esteban de Pravia, los aparcamientos de la entrada de la playa de Aguilar, sobre el arroyo de este nombre y el que cubre el arroyo Ricabo a su llegada a la misma; son ya pruebas suficientes. En las fotografía que se insertan se ve cómo era la playa de Aguilar antes de la construcción del camino que la bordea, ya citado, contemplándose en ella las antiguas casetas para cambio de ropa de los bañistas.

En 1966, regresando a casa después de dos días inspeccionando obras y bajando por la carretera de La Espina hacia Salas, me encuentro en las proximidades de una curva que un camión normal, al que le habían quitado los laterales, llevaba una cisterna encima del tablero, camión este que me cerraba el paso, y que, además, el talud de la derecha era todo de roca y en la cuneta había un poste de teléfonos. En millonésimas de segundo pude comprobar que la velocidad de la luz no es nada comparado con la velocidad del pensamiento, y recapacité: «Si intento seguir el tablero del camión me cepilla el coche, si me meto hacia la derecha las rocas y el poste acaban conmigo», por lo que, de inmediato, quité el contacto y decidí embestir con mi rueda delantera izquierda la rueda delantera izquierda del camión. Así lo hice. ¿Consecuencias? Seis puntos en la ceja derecha y dos costillas rotas, ¡pero estaba vivo! La primera cura me la hizo el médico de Salas, buen amigo, que temblaba haciéndomela. Desde su consulta llamé telefónicamente a la Diputación para que enviaran un vehículo y ya en Oviedo, en el desaparecido Sanatorio Getino, sito en lo alto de la calle Toreno, el buen amigo doctor Cabeza Miaja me dio seis puntos en la ceja derecha (que me la afeitaron en seco) y una radiografía nos hizo saber la existencia de las dos costillas rotas. Con la cabeza inflamada como un globo y llena de hematomas, tras la cura me llevan a casa y le digo al conductor que suba conmigo y llame él a la puerta de la vivienda. Cuando mi mujer abre la puerta y se percata de mi aspecto, entre el conductor y yo tuvimos que llevarla a la habitación y tumbarla en la cama. Marchó el conductor y, durante un espacio de dos a tres horas, tuve que atender a mi mujer y aguantarme yo mis dolores.

En 1980 fue tomada una vista aérea de la playa de Aguilar, en la que se aprecia en toda su dimensión la carretera que la bordea y que tanta vida le ha dado. También en ese año fue tomada la vista frontal de su estado actual.

Como ya manifesté, el 1º de marzo de 1979 pasé a prestar mis servicios en la Confederación Hidrográfica de Norte, en el Gabinete Técnico de la misma, realizando en ella las labores correspondientes, pudiendo citar, entre otras muchas, la redacción de la «Memoria anual». Por encargo del Presidente de la Confederación, don Antonio Naves, redacté la «MEMORIA 1961-1986» de la Confederación, como tal Confederación Hidrográfica, puesto que con su primera denominación como «División Hidrográfica» fueron creadas diez por R.D. de 31-07-1865. En 1947 se denominó «Servicios Hidráulicos del Norte de España», no siendo hasta 1961 cuando se creó la «Confederación Hidrográfica del Norte de España». Esta Memoria, con un extenso trabajo recopilatorio, contiene cuanto hasta entonces, en sus primeros veinticinco años de existencia, se realizó en la misma, en toda su extensión, 54.182 kilómetros cuadrados, desde el Miño al Bidasoa, que representa una distancia de 458 millas marinas (848 km), que prestó servicio a 14 provincias y a un total de 299 municipios. Debemos hacer constar que la provincia de Palencia tenía tan sólo 6 kilómetros cuadrados en la cuenca Norte La portada de esta Memoria refleja el encauzamiento del río Cubia en Grado (Asturias).

Para demostrar que el mundo es un pañuelo, basta esta pequeña anécdota: En el verano de 1981 solicité mi mes de vacaciones y además otro sin sueldo, viajando por México, Estados Unidos, República Dominicana y Puerto Rico, donde me sucedió esto: Allí, en San Juan de Puerto Rico, vivía una tía mía, y con un sobrino de ella, por parte de su marido, recorrí la isla y sus lugares históricos, y un día de esos en que las mujeres no nos acompañaron y fueron directamente al lugar de «Isla Verde» donde él tenía una vivienda a pie de playa, tras nuestro recorrido del día, al dirigirnos hacia Isla Verde me dijo: «Vamos a detenernos en un complejo que está a mitad de camino, donde además de panadería y pastelería tienen platos preparados, en el que adquiriremos unas tortillas de patata para llevarlas». Así lo hicimos, paramos en el complejo, entramos en él y el que estaba tras el mostrador, exclamó: «Don Armando ¿qué hace usted por aquí?». –«No ¿qué haces tú aquí?». A este muchacho lo conocía por haber estado de camarero en el ´Cambaral´, en Luarca, y había venido a trabajar a ese lugar porque los propietarios eran tíos suyos. En San Juan de Puerto Rico nos alejamos en el Hotel Sheraton, el cual unos años después fue pasto de un incendio. En México, en Puebla, recorriendo la ciudad, pasé ante un escaparate en el que se mostraban distintos envases de pinturas y junto a ellos ¡dos fotografías de Cudillero! Entré y al decirle de dónde era y citar Muros, aquella persona comenzó a llorar a lágrima viva. El vivía encima del local de su negocio, me obligó a subir y entrar en el comedor donde toda la pared la tenía llena de fotografías de Cudillero. Hacía muchos años que no había vuelto a su pueblo natal y no tengo conocimiento si posteriormente lo hizo o no. No cabe duda: ¡el mundo es un pañuelo!

En México, no pudo faltar la visita a Teotihuacan, la ciudad de los dioses, donde se encuentran las pirámides del Sol y de la Luna, a una de las cuales subí, a la de la Luna; y cómo no, a Xochimilco, al gran ballet de México y subir a lo alto del edificio de La Latina, desde donde contemplé la ciudad a una altitud de 2.422 metros sobre el nivel del mar. Además de la capital, conocimos: Puebla; Atlisco, donde desde sus proximidades fotografié el volcán Popocatepetl; Cholula, en la que recorrimos por todo su interior, con un guía, su pirámide; Querétaro; Guanajuato, donde como algo obligatorio nos acercamos a sus momias, al monumento al indio Pípila, recorriendo también el gran alcantarillado, realizado por los españoles cuando la conquista de Mexico, que, convertido en una supercalle, discurre bajo la ciudad; Taxco, la capital mundial de la plata; Celaya; San Miguel de Allende, donde el noventa por ciento de su población son jubilados norteamericanos, pudiendo ver en este lugar los dos hoteles propiedad de Cantinflas, muy especialmente el situado frente a la casa del cantante Pedro Vargas, «La Ermita», donde en un precioso mural todas las personas que figuran son conocidas del mundo entero, con la única particularidad que aparecen con trajes típicos del pueblo mexicano, o como sacerdotes, frailes, charros, etc.; Acapulco, donde cada noche de habitación, en el hotel, ascendía a 4.094 pesos. Bueno, y qué sé yo cuanto más. De México nos trasladamos a Crowley (Texas), donde una prima carnal mía tenía un rancho en el que criaba caballos de carreras, aprovechando la ocasión para visitar Dallas y hacer en esta ciudad el mismo recorrido que realizó el presidente Kennedy hasta su asesinato. (En la fotografía aparece mi prima con un caballo de raza «appoolsa», que así es como se llama su rancho: «Silver Appoolsa Ranch». Y en la otra a mi hija, en el rancho, disfrutando con un pequeño tractor.) En Texas todo es a lo grande, pero ahora están muy disgustados porque Alaska ya es un estado de mayor superficie que el de ellos, pero como dicen: «Ya se derretirá y volveremos a ser el mayor estado». De Texas a Miami y de Miami a Orlando, visitando durante tres días Disneyworld. De aquí a Puerto Rico, de Puerto Rico a Santo Domingo, en un avión de la Dominicana, que en su mostrador, al entregar los pasajes, pudimos leer: «No se responde de que puedan tener asiento en el avión». Aquel avión era como un tranvía, con personas de pie por el pasillo. Iban a Puerto Rico a comprar mercancía y regresaban a Santo Domingo para venderla. El avión, al llegar a Santo Domingo, ¿creen ustedes que aterrizó? Ni hablar, se posó en tierra como si lo hubieran dejado caer de golpe. En Santo Domingo nos alojamos en el Hotel Emperador y en éste, al igual que en los del resto de la ciudad, tanto en las habitaciones como en los pasillos, cada cinco metros había una palmatoria y cerillas, pues el que faltase la luz era algo completamente normal. Desde la República Dominicana los hermanos de Carmina emprendieron regreso a México y Carmina y yo, con nuestra hija, tomamos rumbo a New York, donde tenía y tengo cantidad de familia. De New York nuevamente a México, donde tras tomar tierra al salir del aeropuerto un amigo, Manuel García, que estaba esperándonos me preguntó que si al de la aduana, al darle la mano, le había dejado «mordida». Claro que sí, le respondí, igual que hice en la primer llegada. Se echó las manos a la cabeza, pues habían cambiado todo el personal de la aduana, y no sólo por las «mordidas» que recibían, también porque estaban compinchados con una mafia que hacía negocio de tráfico de armas. De todo este viaje poseo muy pocas fotografías, tomadas todas ellas con cámara ajena ya que todo él está en película de 8 milímetros.

Desde noviembre de 1988 colaboré en el diario ovetense OPINIÓN, hasta su desaparición, siendo también incontables los trabajos y cartas al director publicados en diversos diarios provinciales y nacionales, así como esporádicamente, hasta que me solicitaron que mi colaboración fuese continuada, en BAJO NALÓN Y VALLES DEL TRUBIA, que tenía su redacción en Nava.

Desde 1930 hasta diciembre de 1990, gocé y disfruté de las playas del concejo de Muros –Aguilar, Las Llanas y Cazonera–, muy especialmente de la primera, playa esta concurrida a más no poder, siendo de señalar que desde 1970, fecha de terminación de la carretera que desde la playa conduce a Aroncés (El Pito - Cudillero), en cuya redacción del proyecto y construcción participé, la concurrencia ha ido incrementándose año a año. Como visitantes destacados que personalmente vi en ella, puedo citar al general Aranda, al tenor Alfredo Kraus, al torero Manolo Escudero, a la vedette Irene Daina, al doctor Gil, al actor Alfredo Mayo y un largo etcétera. Gocé y disfruté de Aguilar, pero también pasé malos ratos, como cuando se ahogó «Tomasito», que quizá tardaron algo en avisarme, pues cuando me lancé al agua, lejanamente vi su cuerpo hundiéndose y, por más que buceé, me fue imposible localizarle. Tras de mí se lanzó Jovino el de Carbayeda, pero entre ambos nada provechoso logramos. Al desistir de su salvamento, como la resaca era fortísima, lanzaron una lancha al agua para ir en busca de nosotros dos. Antes de la guerra me tocó sacar a un íntimo amigo, pero me dejó el cuerpo tan lleno de arañazos, que me prometí a mí mismo que, en lo sucesivo, jamás me acercaría a uno en peligro, que le hablaría cuanto fuese preciso para calmarlo y lograr que, por su propio esfuerzo y conmigo detrás de él, saliese a tierra, como así logré con un voluminoso catedrático ovetense y con una pareja que desesperadamente clamó por mi auxilio. Debo de hacer constar que en este último caso quien primero se calmó fue ella y que me ayudó muy positivamente, con sus ánimos, a que el chico se esforzara. Él ya falleció hace unos años y con ella me cruzo por Oviedo prácticamente todas las semanas. También en el Balneario de Arnedillo (La Rioja), en su piscina exterior, me di a tiempo cuenta de lo que los demás concurrentes no se percataron: Que un niño se estaba ahogando, al cual saqué del agua. Otra coincidencia: El abuelo de este niño, Sr. Trueba, era santanderino y durante buen número de años veraneó en la vecina localidad de San Juan de la Arena (Soto del Barco). También de esta piscina saqué a D.ª María Luisa de Orive, ya fallecida, dueña de la fábrica que entre diversos productos elabora el dentífrico «Licor del Polo». Desde aquel día jamás volvió a llamarme Armando, siempre me decía «Salvador». Bueno, también en cierta ocasión en el pozo del Lluodengo (río Sella - Arriondas), llegué a él y mi mujer estaba sentada en lo alto de la presa que existe en ese lugar; ella estaba acostumbrada a cruzar el río de una orilla a otra, nadando, y había calado, pero lo cruzaba, y en esa ocasión le dije: «¿Te tiras conmigo al agua, donde es más profundo, aquí junto a la presa?». –«¡Ni hablar!», me respondió. –«¡Pero si esto lo cruzas tú siempre nadando!». – «Sí, pero tirarme no». Sin encomendarme ni a Dios ni al Diablo, le di un empujón y la tiré al agua. Tuve que lanzarme de inmediato, ¡se hundía y no articulaba movimiento alguno para tratar de subir a la superficie! Como distintivo singular y característico de la Playa de Aguilar, situada en el centro de la misma, acompaño fotografía de la «Peña Caballar».

En esta vida he tenido buen número de satisfacciones, y algún que otro disgustillo también, no voy a negarlo. Entre las satisfacciones, que como he dicho han sido muchas, quiero destacar dos proporcionadas por nuestra hija, a saber: Cuando en noviembre de 1998 colgó sus cuadros en una galería en New York; satisfacción para ella viendo cumplido un deseo, y para nosotros al mismo tiempo. La otra, la mayor de todas, cuando nos hizo el regalo de una nieta, Irina, en el 2005.

En Muros de Nalón – El Libro del Concejo, editado por Ediciones AZUCEL y publicado en agosto de 2003, cincuenta años después del realizado por don Félix G. Fierro, Muros de Nalón, editado por el IDEA (Instituto de Estudios Asturianos, hoy RIDEA) narré la historia del concejo desde sus orígenes hasta el 9 de septiembre de 1936, dos días después de la entrada en Muros de las tropas de Franco. Un segundo libro «Concejo de Muros – Su historia – Periodo de 1936 a 1975», que vio la luz en septiembre de 2009, comprende desde donde terminé el anterior hasta el 31 de diciembre de 1975, tras el fallecimiento de Franco.

Desde mayo de 2001 hasta la actualidad, y esperando que tras mi desaparición de este mundo continúe publicándose, creado por mi buen amigo y periodista Xuan Cándano y yo, a petición suya, primero él como director y posteriormente ambos como tales, hicimos renacer La Ilustración Asturiana, publicación trimestral y gratuita del Concejo de Muros, como continuación de la que en enero de 1904 creó, como propietario y director, Edmundo Díaz del Riego. La actual Ilustración posee y mantiene la misma cabecera de aquella de 1904, y su contenido trata, única y exclusivamente, de cuanto se relaciona con nuestro concejo. De esta segunda época su primer número apareció en mayo de 2001, siendo su confección completamente artesanal, con textos escritos en máquina normal y corriente, siendo todo posteriormente fotocopiado. De la actual lustración, en noviembre de 2010 se publicaría, en su décimo año de existencia, el número 39. De ambos números, el 1 y el 39, acompañamos reproducción de sus portadas. El último número de «La Ilustración» primitiva, tras suspensiones gubernativas y otros avatares, fue en 1905 con los «Cuadernos 17 y 18». Su publicación era mensual, con doce cuadernos al año, de 16 páginas cada ejemplar. La actual, más modesta y trimestral, es de sólo 8 páginas cada ejemplar.

Además de mi intervención en la actual «Ilustración Asturiana», alimento mi «gusanillo» con cartas al director en diversos diarios y revistas.

Mi pasión, en cuanto a juegos de mesa, son el dominó y el mus, que practico con relativa asiduidad, muy especialmente el primero. Con motivo de ello y para que no todo en esta vida se tome con excesiva seriedad, me hice unas tarjetas, como la que inserto, para entregar a mis contrincantes después de perder una partida contra mí, tarjeta que a muchos les hizo sonreír y a otros, con poco sentido del humor, les molestó recibirla. Perdonadme pero los juegos, todos ellos, son sólo entretenimiento y gimnasia mental. Por cierto, en relación con esta tarjeta y los casinos que menciono, quiero hacer constar que en todos ellos estuve. Del dominó puedo decir que no se me da nada mal, que en el año 2008 de 131 partidas jugadas tan sólo tuve que pagar 4 veces; en el 2009, de 186, sólo en 17, y en el 2010, de 150, sólo pagué en 14. Dense cuenta de que soy considerado, que no sólo es ganar y ganar, que algunas veces también pierdo y pago.

Durante mis ocho años de permanencia en la Jefatura de Obras Públicas y más de veinticinco en la Sección de Vías y Obras de la Diputación, tuve gran contacto con los Gobernadores Civiles de aquella época, como Labadie Otermín, Mateu de Ros y Peña Royo, a los que acompañé en numerosas visitas por lugares de la provincia, muy especialmente con Labadie, formando parte con este último de una Comisión Turística integrada por nueve miembros, con la que colocamos numerosos indicadores por todo el Principado, siendo de idea mía aquel que decía «Ruta Pintoresca», por considerar que su texto era fácilmente de comprender por los turistas que nos visitasen. Igualmente tuve contacto muy directo, como es lógico, con los Presidentes de la Diputación, como Alonso de Nora, López Muñiz, Vigón y Vallina, a los que acompañé en numerosos viajes, siendo Vallina, en los ratos de descanso, mi compañero de mus. De los dos últimos Presidentes que me correspondieron antes de mi marcha de ese puesto de trabajo, no quiero hacer comentario alguno, pues uno de ellos no sabía en absoluto lo que se traía entre manos y al otro le faltaba educación A Alonso de Nora, antes de ser Alcalde de Oviedo y Presidente de la Diputación, ya lo conocía de mi estancia en Jefatura de Obras Públicas, pues debido a su cargo en el Instituto de la Vivienda tuvimos por aquel entonces numerosos contactos. También, como es lógico, con los Jefes de Obras Públicas González Valdés y Conti, por coincidir con ellos durante mi estancia en Jefatura, que por cierto González Valdés me hizo firmar, como Ayudante de O.P., varios trabajos e informes que redacté, siendo de destacar, principalmente, el que realicé con motivo de la supresión del paso a nivel de Infiesto (Piloña). Con posteriores Jefes de Obras Públicas, como Ansorena, Goizueta y Leoncio del Valle, por razones que no son del caso, también tuve gran número de contactos. Con este último señor quiero destacar un sucedido En cierta ocasión él tenía que acudir a Madrid, al Colegio de Ingenieros de Caminos, a una reunión que allí tendría lugar relacionada con unas disposiciones que afectaban tanto a su Cuerpo de Ingenieros como al nuestro de Ayudantes, de cuantos nos encontrábamos destinados en la Administración Local –Diputaciones y Ayuntamientos–, y como tenía conocimiento de que yo estaba impuesto en el tema, me pidió que le acompañase a Madrid, para asesorarle e informarle de cuanto fuese preciso. Pues bien, al estar ya reunidos en su Colegio Oficial y el secretario del mismo empezar la ronda preguntando cuál era el destino de cada uno y al llegar a mí y decirle que era Ayudante de Obras Públicas en la Diputación de Oviedo, me dijo: «Usted tiene que marcharse, usted no tiene que estar presente en esta reunión». Don Leoncio del Valle le manifestó: «Si este señor tiene que marcharse, yo también». A lo que el secretario le respondió: «Pues ¡váyanse los dos!». Así lo hicimos y como nos daba tiempo, nos fuimos a ver la entretenida obra de teatro «La viudita naviera».

Mis jefes directos en la Diputación fueron Antonio Linares, Enrique Lafuente, Daniel Blanco García-Ciaño, José Luis Páramo y Francisco Ortín, guardando de todos ellos un gratísimo recuerdo, pero muy especialmente de Daniel, pues fuimos uña y carne y unos auténticos y verdaderos amigos. No estuvo mucho tiempo en la Diputación, pocos años, pues pasó de ella a la Junta de Obras del Puerto de Avilés. De la Confederación, como Delegados del Gobierno en la misma no puedo dejar de resaltar a dos de ellos, Ramón Carrera Díaz y José A. Naves Alias. De sus Directores, a Rafael Benavente Sáenz, al que ya conocía de antaño por haberlo tenido de profesor, en la Academia Iribas, cuando la preparación para el ingreso en la Escuela de Ayudantes de O.P., y a Urbano Arregui Merediz, con el que aún mantengo una relación de amistad verdaderamente magnífica, no en balde fueron muchas, muchísimas, las tardes que salí de su despacho después de las diez de la noche, tras confrontar y repasar todas las entradas habidas en el día.

Particularmente, por circunstancias que no hacen al caso, me carteé con Willy Brandt, Farah Pahlavi (Farah Diba), Soraya, Eisenhower, De Gaull, Kennedy y algunos renombrados más, insertando como muestra la contestación de Willy Brandt en 1963 y el remite de la carta de Farah. La espina que me quedó clavada de este carteo fue del Papa Pío XII, el único del que no obtuve respuesta.

De esta síntesis biográfica quiero hacer constar que son infinitos los casos y circunstancias que omito de narrar para no hacer demasiado dilatada la exposición, tanto de mi niñez como de mi juventud, de los acaecidos por mi afición a los toros, ejercicio de mi profesión, época en la radio, entrevistas que me han realizado en radio y televisión –de una de estas últimas es la fotografía en la que aparece preparando la cámara el correspondiente de la TV regional, Sr. González, que la grabó en febrero 2002, en la playa de Aguilar. Otra fue de la autonómica TPA (Televisión del Principado de Asturias) en diciembre de 2009, y muy anterior, en los años sesenta, toreando en la plaza de Oviedo–, así como de los homenajes de que he sido objeto, tanto por parte de los camineros, conductores, palistas, capataces y celador de la Excma. Diputación cuando ésta dejé, otros por motivos profesionales y, finalmente, con el que me dedicó la «Asociación de Vecinos y Amigos de Muros» (A.V.A.M.), aprovechando la ocasión para nuevamente agradecer a todos ellos estos actos hacia mi persona. Con motivo de celebrarse el quincuagésimo aniversario de la Confederación Hidrográfica en abril de 2011, fui entrevistado para un CD que será luego entregado a todos los integrantes y asistentes a ese acto el 1 de julio del mismo año.

También quiero hacer constar que todo, absolutamente todo cuanto puedo representar, se lo debo a mi profesión, que me ha enriquecido en todos los sentidos, muy especial humanamente, y aunque muchos puedan creer algo fuera de lo posible lo que narraré a continuación, también gracias a ella he visto enriquecido mi vocabulario, y una sola muestra os la haré saber inmediatamente, pues en esta ocasión fueron dos vocablos los que acrecentaron mi repertorio. Véanlo ustedes mismos: Sucedió en 1949, en el tramo de carretera entre Sahagún de Campos y Cangas de Onís. Aquel día llevaba una instancia de un señor que quería construir un «galpón», palabra esta ya en desuso por aquel entonces, pero que algunas personas mayores, nacidas alrededor de 1880, antes o después de este año, continuaban utilizando y que en los tiempos del suceso que refiero sólo era utilizada en América. Pero ahí no terminó la cosa, al llegar a su casa él no estaba pero sí su señora, que me informó que eso era cosa de él y que ella no quería entrometerse, que él no podía atenderme en ese momento porque estaba «dimiendo». Como tenía que ir a ver las obras de los puentes que estaban en reconstrucción, le dije que al regreso de nuevo pasaría por allí. A las tres horas o poco más, por allí recalé nuevamente y, al preguntar por él, la señora nuevamente me respondió que seguía «dimiendo», a lo que yo le apostillé: «¡Pues menuda siesta larga, quedará bien descansado!». «No, no señor, me aclaró ella, no está durmiendo la siesta, está ´dimiendo´, vareando castañas». Cuando llegué a casa inmediatamente eché mano del diccionario, y allí aparecieron las dos: «Galpón» es un tendejón, y «Dimir» (o demer), varear los árboles.

Debo de hacer constar que el epílogo de esta síntesis biográfica tiene lugar el 13 de agosto de 2010, a las 5,45 horas, día y hora en que fallece mi mujer, M.ª del Carmen Menéndez Cabeza, después de más de 67 años de matrimonio. En ese día y a esa hora, se acaba mi biografía, de aquí en adelante ya nada tiene importancia alguna, excepto mi hija, su marido y la encantadora nieta que ambos me han dado.

Concejo de Muros de Nalón

La playa de Aguilar, San Esteban con sus piscinas de agua salada, su paseo fluvial o sus elegantes villas, la senda costera, la capilla del Espíritu Santo… Vistas al mar y al río. Así es Muros de Nalón.

Los concejos (municipios) que limitan con el Concejo de Muros de Nalón son: Cudillero, Pravia y Soto del Barco. Cada uno de estos concejos (municipios) comparte fronteras geográficas con Muros de Nalón, lo que implica que comparten límites territoriales y pueden tener interacciones políticas, sociales y económicas entre ellos.

Comarca del Bajo Nalón

Fue la utopía de un rey llamado Silo. Estableció la corte en Pravia, haciéndola una villa monumental. En el entorno pueblos indianos como Somao, otros famosos por su huerta como Riberas, otros muy conocidos por ser ribera del Nalón, como San Juan de la Arena y San Esteban de Pravia.

La comarca está conformada por uno o varios concejos (municipios). En este caso: Muros de Nalón, Pravia y Soto del Barco. Los concejos representan las divisiones administrativas dentro de la comarca y son responsables de la gestión de los asuntos locales en cada municipio.

Conocer Asturias

«Parque Natural de Redes: Ubicado en la zona centro-oriental de Asturias, este parque es conocido por sus bosques frondosos, ríos cristalinos y montañas imponentes. Es un paraíso para los amantes de la naturaleza y ofrece numerosas rutas de senderismo.»

Resumen

Clasificación: Reseñas históricas

Clase: Ciencia y tecnología

Tipo: Ingenieros

Comunidad autónoma: Principado de Asturias

Provincia: Asturias

Municipio: Muros de Nalón

Parroquia: Muros de Nalón

Entidad: Muros

Zona: Occidente de Asturias

Situación: Costa de Asturias

Comarca: Comarca del Bajo Nalón

Dirección: Muros

Código postal: 33138

Web del municipio: Muros de Nalón

E-mail: Oficina de turismo

E-mail: Ayuntamiento de Muros de Nalón

Dirección

Dirección postal: 33138 › Muros • Muros › Muros de Nalón › Asturias.
Dirección digital: Pulsa aquí



Dónde comer Dónde dormir Etnografía Eventos Patrimonio cultural Patrimonio natural Info práctica Turismo activo Reseñas Favoritos Buscar Altas